20 jun 2016

El 'Sur' y la deuda externa (Parte II de III)


Las crisis de la deuda externa de América Latina del siglo XIX al siglo XXI

Desde su independencia en los años 1820, los países de América Latina han conocido cuatro crisis de la deuda.
La primera se declaró en 1826, producida por la primera gran crisis capitalista internacional que comenzó en Londres en diciembre de 1825. Esta crisis de la deuda se prolongó hasta los años 1840-1850.
La segunda comenzó en 1876 y terminó en los primeros años del siglo XX.
La tercera comenzó en 1931 como prolongación de la crisis que había estallado en 1929 en los Estados Unidos. Se acabó a finales de los años 1940.
La cuarta estalló en 1982 ligada al giro tomado por la Reserva Federal de los Estados Unidos en materia de tasas de interés combinado a la caída de los precios de las materias primas. Esta cuarta crisis terminó en 2003-2004 cuando el aumento de los precios de las materias primas aumentó enormemente las rentas en divisas. Los países de América Latina se aprovecharon también de tasas de interés internacionales que bajaron enormemente como consecuencia de las decisiones de la FED, seguida por el BCE y el Banco de Inglaterra a partir de la crisis bancaria en el Norte que comenzó en 2008-2009. 
Se prepara una quinta crisis como consecuencia de la fuerte bajada de los precios de las materias primas que comenzó en 2013-2014 y de la evolución de la economía de las principales potencias imperialistas -que incluyen hoy a China (perspectiva de un aumento de las tasas de interés decidida por la FED, estallido de la burbuja bursátil… provocando una repatriación de los capitales hacia los Estados Unidos, Europa y quizás China). La crisis que ya afecta de lleno a Puerto Rico es un signo premonitorio, pero son sobre todo Venezuela y Argentina quienes corren el riesgo de dar una gran amplitud a una nueva crisis cuando estalle, con la particularidad de que una parte de su deuda está suscrita con China, nuevo actor mayor en América Latina.
Los orígenes de estas crisis y los momentos en que estallan están íntimamente ligadas al ritmo de la economía mundial y, principalmente, de los países más industrializados. Cada crisis de la deuda ha estado precedida de una fase de sobrecalentamiento de la economía de los países más industrializados del Centro, en el curso de la cual ha habido superabundancia de capitales, una parte de los cuales ha sido reciclada hacia las economías de la Periferia. Las fases preparatorias del estallido de la crisis, durante las cuales la deuda aumenta con fuerza, corresponden al final de cada ciclo largo expansivo de los países más industrializados, salvo en el caso presente, pues, esta vez, no se puede hablar de ciclo largo expansivo excepto en lo que se refiere a China (y otros BRICS). La crisis está generalmente provocada por factores externos a los países periféricos endeudados: una recesión o un crac financiero golpeando a una o varias de las principales economías industrializadas, un cambio de política de las tasas de interés decidido por los bancos centrales de las grandes potencias del momento.
Lo que se afirma anteriormente está en contradicción con la narración de las crisis que domina el pensamiento económico-histórico y que es vehiculizado por los grandes medios y los gobernantes. Según la narración dominante, la crisis que estalló en Londres en diciembre de 1825, y se extendió a otras potencias capitalistas, resultó del sobreendeudamiento de los Estados latino-americanos; la de los años 1870, del sobreendeudamiento de América Latina, Egipto y del Imperio otomano; la de los años 1890 que estuvo a punto de provocar la quiebra de uno de los principales bancos británicos, del sobreendeudamiento de Argentina; la de los años 2010, del sobreendeudamiento de Grecia y más en general de los “PIGS” (Portugal, Irlanda, Grecia, Spain/España).

Las crisis de la deuda y las ondas largas de la economía capitalista internacional

Hay una relación entre el estallido de estas cuatro crisis y las ondas largas del capitalismo. Las ondas largas del desarrollo capitalista desde comienzos del siglo XIX han sido analizadas por varios autores, entre ellos Ernest Mandel que proporcionó una aportación sustancial, en particular en cuanto a la incidencia del factor político sobre el desarrollo y el desenlace de las ondas largas, aportación que queda por completar. Ernest Mandel propone la datación siguiente para las ondas largas desde el final del siglo XVIII hasta comienzos del siglo XX:
crecimiento fuerte a partir de 1793 terminándose en la gran crisis de 1825
crecimiento lento de 1826 a 1847 con fuerte crisis en 1846-47
crecimiento fuerte de 1848 a 1873 con crisis fuerte en 1873
crecimiento lento de 1874 a 1893 con crisis bancaria en 1890-1893
crecimiento fuerte de 1894 a 1913
Las fases de expansión fuerte, igual que las fases de expansión lenta, están subdivididas en ciclos más cortos que varían de 7 a 10 años y acaban en crisis.
Tras un crac financiero de la Bolsa de Londres en 1825, la primera crisis moderna de sobreproducción de mercancía (1826) abre el camino a una onda larga de expansión lenta (1826-1847) y a la primera crisis de la deuda de América Latina (que comienza en 1826-1827).
La segunda crisis estalla en 1873 como consecuencia de un crac bursátil en Viena seguido de otro en Nueva York. Se sigue de ella una larga depresión de las economías industrializadas de 1873 a 1893 y la crisis de la deuda de América Latina del decenio 1870.
Como consecuencia de la crisis de Wall Street en 1929, la depresión de los años 1930 de la economía mundial desemboca en la crisis de la deuda de América Latina que estalla al mismo tiempo pero que desemboca en un escenario diferente que las precedentes crisis. En efecto, como consecuencia en particular de la decisión de no pago de la deuda por parte de catorce países del continente, esta crisis de la deuda desemboca en un auge industrial de larga duración en los países más importantes (en particular Brasil y México) en contradicción con la crisis de los países del Centro.
La cuarta crisis que comenzó en 1982 fue provocada por el efecto combinado de la segunda recesión económica mundial (1980-1982) de la postguerra, de la bajada de los precios de las materias primas (que está ligada a esa recesión) y de la subida de las tasas de interés decidida por la Reserva Federal de los Estados Unidos en 1979.
Las cuatro primeras crisis duraron de 15 a 30 años. La quinta se prepara. Han afectado al conjunto de los Estados independientes de América Latina y del Caribe casi sin excepción.
En el curso de esas crisis, fueron frecuentes las suspensiones de pago de la deuda. Entre 1826 y 1850, durante la primera crisis, casi todos los países suspendieron su pago. En 1876, once países de América Latina estaban en suspensión de pago. En los años 1930, once países del continente decretaron una moratoria. Entre 1982 y 2003, México, Bolivia, Perú, Ecuador, Brasil, Argentina, Cuba y otros suspendieron el reembolso en un momento u otro, por un período de varios meses o de varios años. La suspensión decretada por Argentina entre finales de 2001 y marzo de 2005 por un montante de alrededor de 90 000 millones de dólares permitió un crecimiento económico sostenido.
En la mayoría de las ocasiones, las suspensiones de pago son seguidas de reestructuraciones de deuda favorables a los intereses de los acreedores. Los ejemplos de Estados periféricos que repudian victoriosamente sus deudas son muy raros pero existen. Es el caso de México durante el mandato del liberal Benito Juarez, el primer presidente indígena de América Latina. México, que suspendió el pago de la deuda odiosa en 1861, logró expulsar al cuerpo expedicionario francés en 1866 tras cuatro años de duros combates y la imposición de un emperador europeo, Maximiliano de Austria. En 1867, México repudió la deuda reclamada por Francia. Igualmente raros son los casos en que un Estado ha organizado una auditoría de la deuda a fin de poner en cuestión su pago. Fue en particular el caso de Ecuador en 2007-2008. Sus ejemplos son ricos en enseñanzas.

Las ondas largas en la evolución del capitalismo

Veamos lo que dice Michel Husson: “La teoría de las ondas largas había sido ya objeto del capítulo 4 de El capitalismo tardío (Mandel, 1972) antes de ser desarrollada con ocasión de una serie de conferencias dadas en Cambridge en 1978, que condujeron a la publicación de The Long Waves of Capitalist Development en 1980 (Las ondas largas del desarrollo capitalista: una interpretación marxista). Una de las proposiciones esenciales de esta teoría es que el capitalismo tiene una historia, y que ésta no obedece a un funcionamiento cíclico. Conduce a una sucesión de períodos históricos, marcados por características específicas, que hace alternar fases expansivas y fases recesivas. Esta alternancia no es mecánica: no basta con esperar 25 o 30 años. Si Mandel habla de onda más que de ciclo, es claramente porque su planteamiento no se sitúa en un esquema generalmente atribuido -y probablemente equivocadamente- a Kondratieff, de movimientos regulares y alternos de los precios y de la producción.
Uno de los puntos importantes de la teoría de las ondas largas es romper la simetría de las inflexiones: el paso de la fase expansiva a la fase depresiva es “endógeno”, en el sentido de que resulta del juego de los mecanismos internos del sistema. Al contrario, el paso de la fase depresiva a la fase expansiva es exógeno, no automático, y supone una reconfiguración del entorno social e institucional. La idea clave es aquí que el paso a la fase expansiva no está dado por adelantado y que requiere reconstituir un nuevo “orden productivo”. Esto lleva su tiempo, y no se trata por tanto de un ciclo semejante al ciclo coyuntural cuya duración puede asociarse a la duración de vida del capital fijo. Esta es la razón de porqué este planteamiento no confiere ninguna primacía a las innovaciones tecnológicas: en la definición de este nuevo orden productivo juegan un papel esencial las transformaciones sociales (correlación de fuerzas capital-trabajo, grado de socialización, condiciones de trabajo, etc. Texto: Eric Toussaint. Traducción: Alberto Nadal. Ver: Parte I y Parte III

Los Lobbistas españoles

Telefónica, BBVA, el Banco Santander e Iberdrola son las empresas españolas que más reuniones han tenido con altos cargos de la Comisión Europea. La iniciativa de la Unión Europea de acabar con la opacidad ha provocado que el número de organizaciones españolas dadas de alta en el registro de Transparencia de la Unión Europea se haya duplicado desde noviembre. La recién estrenada Comisión Europea aprobó el pasado 11 de noviembre una Iniciativa de Transparencia impulsada por su vicepresidente, Frans Timmermans, con la esperanza de que los líderes políticos y los grupos de presión que influyen en ellos fueran más abiertos sobre sus actividades. Entre las medidas incluidas destaca la prohibición expresa de los encuentros secretos con lobbies que no estén oficialmente registrados y la publicación de todas las reuniones de los comisarios europeos con los grupos de presión.

Organizaciones no gubernamentales y organismos de control han tratado de dar cierto sentido a la avalancha de información que la UE acaba de hacer pública como parte de esta estrategia de transparencia a través de dos nuevas plataformas online presentadas esta semana: “Intregitywatch”, promovida por Transparencia Internacional, y la actualización del LobbyFacts, una iniciativa de del Corporate Europe Observatory, Amigos de la Tierra Europa y LobbyControl. El objetivo: averiguar qué significa toda la información publicada, y filtrarla, ya que muchos datos están escondidos entre archivos PDF, o separados en cientos de páginas web distintas. Entre diciembre de 2014 y junio de 2015, el nivel superior de funcionarios de la Comisión Europea ha declarado haber tenido 4.318 reuniones. El 75 por ciento de estas se produjeron con grupos de presión que representan a corporaciones. Además, según el sitio web, el exministro español y actual Comisario de Energía y Clima, Miguel Arias Cañete, se ha reunido con 562 lobbistas en 132 encuentros distintos. En la mayoría de ocasiones, los grupos de presión correspondían a fabricantes españoles de automóviles y camiones, muy habituales en la oficina de Cañete, al igual que los lobbies de la patronal española y la confederación de productores de cemento. En la lista hay seis compañías de estos sectores (Cementos Portland, Molins, Balboa, Cosmos, Magnesitas Navarras y Magnesitas Rubián). A lo largo de su carrera, Cañete ha protagonizado numerosas controversias y ha sido acusado de mezclar los intereses comerciales con sus cargos públicos. La línea entre la empresa privada y los cargos públicos es borrosa en la carrera del comisario, y va desde intereses familiares en el sector de la agricultura hasta su participación en compañías petroleras, pasando por la reforma de la Ley de Costas, que regula las actividades de construcción en el litoral español. Esta medida no figuraba en el programa electoral del Partido Popular. Sin embargo, fue una de las primeras iniciativas adoptadas por Arias Cañete cuando fue nombrado ministro de Agricultura y Medio Ambiente en el año 2011. Una de las lista que facilita LobbyFacts evidencia que España es el sexto país con más grupos de presión registrados en Europa por país de origen, con 464. Hay que tener en cuenta que muchos grupos de presión, 1.782, están registrados como si tuvieran su sede en Bélgica, pero en realidad cabildean a favor de los intereses que tienen en otros países.
Desde que se abrió el registro de grupos de presión en abril de 2008 y hasta el 19 de noviembre de 2014 se inscribieron 34 empresas españolas; sin embargo, en los apenas cinco meses desde que la Comisión ha prohibido los encuentros informales se han registrado otras 31 compañías. Es decir, se ha duplicado la presencia de empresas españolas. Como señala Nicolás Sarriés en Sabemos, “la presión de Bruselas ha sacado del armario a los lobbistas del IBEX 35”.
Un informe de Transparencia Internacional (TI) sobre 19 países europeos publicado hace pocos meses destacaba que “la falta de control sobre el lobby socava las democracias en Europa e impulsa la corrupción. En España, las agendas de los políticos no se pueden conocer, tampoco los grupos de presión están regulados, como anunció que haría Mariano Rajoy en su primer debate sobre el estado de la nación en 2012.
De hecho, España sigue estando a la cola de países transparentes, según TI, y los únicos pasos que ha dado para cambiar esta tendencia han sido “escasos”. La reforma que presentó el PP en 2014 para la regularización de los lobbies sólo tiene en cuenta a aquellos que operan sobre el poder legislativo (Congreso de los Diputados). En España, donde la mayoría de las leyes son presentadas a iniciativa del Gobierno, la regularización propuesta por los conservadores no afectaría al ejecutivo.
“Las organizaciones con los presupuestos más grandes suelen tener garantizado el acceso a los altos cargos de la Comisión, sobre todo, en las carteras financieras y de energía”, destacó Daniel Freund, de Transparencia Internacional, en la presentación de la nueva herramienta para la monitorización del lobby. “Hay una fuerte relación entre la cantidad de dinero que gasta y el número de reuniones que se consigue”. De hecho, si juntamos a las 21 empresas del Ibex 35 que hacen públicos sus datos en el Registro de Transparencia de la UE, nos encontramos con que la inversión realizada en lobby asciende a casi 8 millones de euros. Por otro lado, Telefónica, BBVA, el Banco Santander e Iberdrola son las empresas españolas que más reuniones han tenido con altos cargos de la Comisión Europea.
Todas las cifras anteriores deben ser tratadas con mucha cautela, alertan las organizaciones. El registro de transparencia de la UE se elabora en base a estimaciones sobre el gasto en lobby que proporcionan las propias empresas, cuya supervisión o control de calidad es muchas veces insuficiente debido al bajo número de personal que existe en la secretaría del registro.
Además, como denuncia un informe de la coalición ALTER-EU, a pesar de que se han producido algunas mejoras, los datos del registro siguen siendo muy poco fiables. Hay muchas empresas y grupos de presión que hacen público un gasto muchos menor del real, mientras que otras ofrecen por error cifras grotescamente exageradas. Teléfonica, por ejemplo, es la corporación española con el presupuesto en lobby más alto, 2 millones euros y 6 lobistas a su cargo; mientras que el Banco Santander, que declara únicamente un gasto de entre 600.000 y 699.999 euros, tiene 12.
Los datos que han agrupado las plataformas online también arrojan información sobre los europarlamentarios españoles, un total de 54 divididos en cinco grupos. El político que más ingresos externos declara es Pablo Iglesias, gracias a sus apariciones en televisión, entre 2.002 y 10.499 euros mensuales. También, el líder de Podemos es uno de los más activos en los plenos del Parlamento Europeo, con una asistencia al 99 por ciento de las votaciones. Muy por delante de Santiago Fisas, del grupo de los conservadores (PP), que está a la cola de la lista con sólo un 62 por ciento de asistencia a las votaciones.
En lo que respecta a los datos sobre el cabildeo en Bruselas, proceden de dos fuentes: las actas de las reuniones de la Comisión Europea con la información contenida en el citado registro de transparencia de la UE o registro de los grupos de presión de Bruselas.
Por un lado, de las 4.547 reuniones contabilizadas de la Comisión, sólo en 98 se trato el polémico Tratado de Libre Comercio (TTIP por sus siglas en inglés) que negocia Estados Unidos con Europa. El 60% de los encuentros se produjeron con la industria y el 14% con organizaciones de la sociedad civil. Como revela la información, los temas que se trataron fueron bastante monotemáticos y coincidieron con algunos de los aspectos más cuestionados del acuerdo: agricultura y soberanía alimentaria, aspectos relacionados con la creación de empleo y cuestiones sobre regulación y estándares comerciales.
Los datos hechos públicos muestran también que detrás de estas reuniones se encuentran grandes grupos empresariales multisectoriales. Desde el Trans-Atlantic Businnes Council hasta EUROCHAMBERS (que representa a más de 20 millones de empresas en Europa), o la poderosa Mesa Redonda de Servicio (ERT por sus siglas en inglés), que agrupa entre sus filas a los presidentes de las multinacionales más importantes de Europa. César Alierta (Telefónica), Ignacio S. Galán (Iberdrola) y Antonio Brufau (Repsol) están entre sus filas.
Toda esta información contrasta con la que se extrae, por otro lado, del Registro de Transparencia voluntario de la UE, a través de la cual sólo se han reconocido 2 reuniones para hablar del TTIP, ambas correspondientes a la plataforma europea “STOP TTIP”. Daniel Freund, portavoz de Transparencia Internacional, señala en conversación con La Marea que muchas organizaciones que han tratado el Tratado de Libre Comercio en las reuniones con la comisión, podrían no haberlo declarado correctamente en el registro voluntario. “Les podría interesar ocultar que presionan acerca de este tema”, apunta. “Aunque por desgracia, con la información hecha pública, no se puede tener acceso a todas las reuniones que se llevan a cabo”.
Todas estas medidas sólo tienen en cuenta al 1 por ciento de los oficiales europeos y al 20 por ciento de los lobistas que operan en Bruselas. Es por ello que Transparencia Internacional, el Corporate Europe Observatory, Amigos de la Tierra y el resto de organizaciones que combaten la opacidad en la toma de decisiones europeas, mantienen una postura crítica ante lo que denominan “un acto de maquillaje”. Texto: E. Cancela. Ver: La estructura mafiosa de los poderes fácticos

19 jun 2016

País de pandereta

Desde hace años tengo un especial interés por la Generación del 14. Las obras de aquellos intelectuales retrataron una Hispania muy similar a la de hoy. En su obra: "España en el Crisol" Luis Araquistáin describe la patología del alma española: Un País – decía este ilustre escritor- con una enorme falta de espíritu público; con una mezquina búsqueda de interés personal; con un odio al pensamiento y la cultura; con un altísimo escepticismo político y, con una hostilidad a todo esfuerzo que no merezca rendimiento inmediato.
Ortega – su compañero de café en el Atneo de Madrid – criticó al periodismo de partidos y luchó por instaurar un modelo basado en la pedagogía social. El periódico, decía el autor de "las masas", debía ser un maestro de papel para adiestrar a sus alumnos, los lectores, en las artes democráticas. Las élites intelectuales eran las únicas capaces de llevar a cabo reformas en el seno de los cetros. Estos señores, en discrepancia con Marx, no defendían una revolución desde abajo sino, todo lo contrario: un cambio social desde arriba; desde los cuellos blancos y los taquígrafos del conocimiento. La transformación consistía en "europeizar a España". Europa era la panacea a todos nuestros males; lo mejor, decían, para salir del agujero. Hoy, cien años después de aquellas mentes inquietas la España que nos mira es similar al país de "pandereta" que tanto criticó Gasset en el Faro de Madrid. Somos – decía el cuñado del barrendero – un país de envidiosos y chismosos; de gritones y verduleros; de informales y festeros; de listos y de tontos; de payos y gitanos; de nobles y plebeyos; de Sanchos y Quijotes. Somos –cuánta razón tenía la nieta de los rojos– un país de acomplejados, de europeistas frustrados, de mediocres mitineros, de chorizos con corbata, de futboleros domingueros, de cultos de taburete de cafés y carajillos. Somos, no me cansaré de repetirlo, un país de dimes y diretes; de Kikos y Pantojas; del  ¡viva el vino y las mujeres!; de ruidos y pancartas; de madridistas y catalanes. Una España de Marhuendas y Ramoncines; de rumbas y sevillanas; de tacones y cinturones.
Somos una España de miedos y temores. Un país que esconde entre sus cojines las frustraciones enquistadas de cuarenta años de nodos; de rombos y tricornios.  Son precisamente las angustias nacionales por el sambenito que nos cuelga las que envuelven al ciudadano en un manto de mediocridad que le imposibilita ver la luz al final de los barrotes. Las marcas personales o, dicho de otro modo, la construcción de nuestros sueños, se nutre de liderazgo y autoestima. Liderazgo para conseguir que los otros confíen en nosotros y, autoestima para que nosotros nos creamos lo que somos. Sin estos dos ingredientes nunca reproduciremos el país que dibujaron nuestros padres y abuelos en los tiempos de Suárez. Así las cosas España se ha convertido en un país periférico como lo fue – y es – África en los tiempos napoleónicos. Un país, les decía, sin líderes y sin el carisma necesario para entusiasmar e involucrar a una sociedad enfermedad de autoestima. ¿Dónde están los intelectuales?, ¿dónde están líderes de la Res Pública?, ¿dónde están los poetas? Muertos, contestó la criada.
En días como hoy, no queda nada de las sabidurías inculcadas por los ilustres del Ateneo. Las pancartas y el ruido han demostrado que no son condición suficiente para cambiar las mayorías. Para cambiar las cosas – en palabras del anónimo – es necesario agotar todas las fórmulas democráticas. No podemos consentir que en los periódicos de la mañana, siempre sean los mismos quienes opinan y dominan a las masas. La prensa debe abrir sus puertas a nuevas voces; hambrientas de discurso pero, desiertas de altavoz para transmitir sus mensajes. No podemos permitir, perdonen que me repita, que se pierdan las tertulias del Gijón, los rincones de Madrid y los debates de Sijé. El contraste de opiniones es el mecanismo que nos llevará hacia las orillas de la tolerancia. Dialogar sin la etiqueta. Dialogar, alejados de los prejuicios, es el camino para romper, de una vez por todas, el estigma de las dos Españas que nos cuelga desde los tiempos de... Somos un país de europeistas frustrados; de mediocres mitineros; de cultos de taburete, de cafés y carajillos. Grito "no" a la política mitiniera y critico hasta la médula la España de pandereta. Una España de hojalata, en palabras del idiota, sin camino ni destino. Es necesario alzar la voz, escribir para educar. Y, sobre todo, escribir como medio para construir un discurso culto alejado de los taburetes y los bares.
Hay columnistas, cierto, muchísima gente que escribe pero, queridísimos lectores y lectoras, el buen escritor es aquel que dice lo piensa, sin pensar en sus lectores, ni siquiera en sus detractores. Solamente así, de esa manera, desde la libertad de las plumas, conseguiremos derrumbar las columnas ideológicas que sostienen el poder. Después de una larga vida soñando con Europa Ortega cambió de opinión y abogó por "españolizar Europa". Españolizar a los otros o, dicho en otras palabras: conseguir ser el referente, es el camino para evitar que el antiideal africano se apodere de nosotros. Si no lo logramos, sino conseguimos españolizar a Europa seremos – casi lo somos – un país de pandereta; similar la España de Gasset. Texto: Abel Ros. Recomendado: La cara oculta de la F. P. de Asturias

Empresariado español, ¿especulador y rentista?

Dentro de los mensajes subliminales y directos –directísimos- con que a diario nos bombardea la propaganda del régimen, hay uno, entre tantos, que hace rechinar los dientes por su mendacidad. Nos hablan una y otra vez de los “emprendedores” como motores de la economía y, por tanto, de la creación de empleo, olvidando intencionadamente que ningún empresario crea una empresa para dar trabajo a un determinado número de personas sino para ganar dinero maximizando beneficios de la manera más rápida posible, lo demás es aleatorio.
Hay cuatro formas de hacer que las ganancias sean mayores año tras año: Una invertir en tecnología y prescindir de mano de obra, fórmula cada vez más empleada por nuestros “emprendedores” gracias a la evolución tecnológica que los asiste y que no ha hecho más que empezar; otra, utilizar tecnología anticuada y grandes cantidades de fuerza de trabajo mal pagada y sin derechos laborales de ningún tipo; sería la fórmula empleada por los empresarios de la economía sumergida que ya alcanza en España al 25% del producto interior bruto sin que ninguna administración tome decisiones adecuadas para su sanción y normalización, algo que se podría hacer de forma tan sencilla, de existir voluntad política para ello, como controlar el consumo de electricidad y gas; la tercera consiste en deslocalizar la empresa llevándola a paraísos laborales donde sea gestionada por personas de toda confianza, y, por último, vender la empresa a una multinacional y pasar de ser emprendedor a rentista especulador, un sueño empresarial español equivalente al de los toreros con el cortijo y el mercedes. El empresario español -por regla general, hay excepciones- ha tenido poca vocación de perdurar en el tiempo ansiando siempre el beneficio rápido en detrimento de la inversión y la renovación. El ejemplo más claro de esto ocurrió durante la Primera Guerra Mundial, cuando la neutralidad española convirtió a nuestro país en uno de los principales suministradores de productos agrícolas e industriales a los estados europeos beligerantes. Lejos de invertir las enormes cantidades de dinero que aquella coyuntura deparó a nuestros “emprendedores” de entonces, continuaron –ante la falta de competidores y de iniciativa- fabricando con la misma maquinaria, con los mismos métodos, con las misma estrategia explotadora. Unas cuantas familias de la burguesía industrial y terrateniente acumularon inmensas fortunas que no sirvieron para dar un impulso industrializador y modernizador al País, pero sí para obtener títulos nobiliarios, llevar una vida de lujo y despilfarro con las ganancias obtenidas e invertir en bolsa y otros negocios especulativos, dado que al recuperase la producción europea sus mercancías ya no eran competitivas porque tanto la forma de producir como el propio producto se habían quedado obsoletos por falta de inversión renovadora.
Consecuencia de esa concepción tan antigua y familiar de la industria, apenas una veintena de grandes empresas españolas superan el siglo de existencia, y la tradición industrial, como la literaria o la universitaria se ve lastrada una y otra vez por su falta de continuidad en el tiempo. En los últimos veinticinco años, empresas muy rentables como Fontaneda, Chupachups, El Caserío, Queserías de Mahón, Conservas la Molinera, Campofrío, Valenciana de Cementos, Cortefiel, La Cocinera, Ebro Camiones, Aceralia, Cruzcampo, Revilla, Fontvella, Lanjarón, El Ventero, Ebro Azucarera, PRISA, La Casera, Arroz SOS y un sinfín de industrias ligadas a todos los sectores productivos han sido vendidas por sus propietarios a multinacionales que, en la mayoría de los casos, no tenían ninguna intención de seguir con la producción sino la de eliminar competidores, de tal manera que hoy en sectores como el alimentario o el de las herramientas más del sesenta por ciento de la producción está en manos de corporaciones internacionales sin más vínculo con el país que el de su cuenta de resultados. En principio, como sucedió con Kraft cuando se adueñó de El Caserío, aseguran que mantendrán la plantilla y que no deslocalizarán, pero al cabo de un tiempo, con el acoplamiento de las leyes a sus intereses, cierran, se quedan con la marca y se llevan la producción al lugar que les resulte más ventajoso.
Mientras, los antiguos dueños de las fábricas se dedican con los dineros percibidos al “dolce far niente” o a especular comprando rápido y vendiendo antes, al calor de algún “pelotazo” previamente pactado. El paroxismo de esta manera perversa de entender la economía empresarial se alcanzó con la burbuja inmobiliaria, cuando miles de empresarios descapitalizaron sus fábricas para dedicarse a cultivar el Vellocino de Oro del ladrillo, un sector con los pies de barro que ofrecía ganancias brutales en cortísimos periodos de tiempo y que nos ha sumido en esta interminable crisis como consecuencia del proceso de desindustrialización que llevó aparejado. Tampoco en esta ocasión –como en la Gran Guerra- la acumulación de capitales producida durante los años de bonanza artificial de la eclosión inmobiliaria fue aprovechada para fortalecer el tejido industrial, sino para todo lo contrario, surgiendo como entonces una clase social muy rica que vive ajena a los vaivenes de la crisis desde la seguridad que da el rentismo, la economía especulativa a buen recaudo y la protección de todas las instancias de un Estado que sigue legislando a su medida. Y es que ya lo dijo Dios a Moisés en el Sinaí al entregarle las Tablas: “Amarás al libre mercado sobre todas las cosas”. Durante los últimos años y a consecuencia de la herencia recibida, de la economía colonizada y corrupta del franquismo y de la política económica neoliberal perpetrada por los distintos gobierno –unos, como el actual, con mucho más entusiasmo, desde luego- como si fuese un catecismo de imposible desobediencia, España ha perdido buena parte de su tejido productivo traspasándolo a multinacionales que no entienden de países ni de personas sino de beneficios y de explotación. El Estado se ha desprendido de sectores estratégicos como el eléctrico, el de las telecomunicaciones, el energético, el aeronaval y el financiero convirtiéndose en prisionero de los mismos. Además, desprovisto del poder real que da tener esos resortes económicos vitales, ha legislado para permitir que grandes industrias nacionales pasen a manos de otras foráneas que tienen sus centros de decisión a miles de kilómetros de nuestras fronteras, de modo que hoy, cuando tanto se les llena a algunos la boca de banderas y de patrias, España en su conjunto ha perdido la soberanía económica, volviendo a ser un país colonizado cuyo futuro depende de las decisiones que se tomen en Nueva York, Frankfurt, Londres, Pekin, Seul o Tokio. El Gobierno actual lo sabe, pero como ocurría durante la dictadura, prefiere reprimir con fiereza a los que protestan dentro ante una situación insoportable, hablar de Gibraltar de cara a una parte de la galería interna y someterse genuflexo a las directrices de quienes desde fuera tienen la sartén por el mango. La devaluación general ha que está sometiendo al país y, sobre todo, a quienes lo habitan no es más que un último intento para atraer capitales que a precio de saldo se queden con lo poco que todavía nos queda. Entre tanto, las grandes fortunas nacionales siguen disfrutando de un paraíso fiscal llamado España, especulando con su deuda soberana, defraudando al erario legal e ilegalmente y esperando a que llegue otro espléndido día de sol pletórico de cupones del Tesoro, dividendos bursátiles y plusvalías de diverso origen. Luego, todos a una, sacarán pecho para hablar de la patria y sus banderas, que siempre queda bien. Texto: Pedro Luis Angosto. Recomendado: 'La ley de hierro de la oligarquía'.


Medios, ¿el cuarto poder? (Parte II de II)

El actual mundo globalizado, la “aldea global” como se le ha dado en llamar (McLuhan), en forma creciente es regido por un pensamiento único, en muy buena medida vehiculizado por los medios masivos de comunicación, y en especial los audiovisuales. En términos políticos -o dicho de otro modo: en términos de ciudadanía- esa globalización viene a uniformar puntos de vista, a tener parámetros universalmente compartidos. Ahora bien: si se habla de “globalización” debe entenderse bien de qué se trata.

Retos actuales ante el nuevo escenario de la comunicación digital y global

Se entiende por “globalización” el proceso económico, político y sociocultural que está teniendo lugar actualmente a nivel mundial por el que cada vez existe una mayor interrelación económica entre todos los rincones del planeta, por alejados que estén, gracias a estas tecnologías que han borrado prácticamente las distancias permitiendo comunicaciones en tiempo real, siempre bajo el control de grandes corporaciones multinacionales. En realidad, la globalización propiamente dicha comienza con la expansión del naciente capitalismo de Europa cuando sale a “conquistar” el mundo, allá por inicios del siglo XVI. Ahí verdaderamente comienza a hacerse global, mundial, planetario en sentido estricto, todo el sistema económico, y por tanto, su impronta político-cultural. Conquistadores europeos, con mano de obra esclava africana, sojuzgan a pueblos americanos, sentando las bases para una homogenización de toda la “aldea global”. Pero es recién ahora, con el final de la Guerra Fría, que el sistema capitalista puede sentirse abiertamente triunfador y dueño de toda la escena mundial. Ahora es cuando puede decirse que la globalización triunfó.

Esa globalización que se vive actualmente (económica, política y cultural) es el caldo de cultivo donde las nuevas tecnologías de la información y la comunicación son el sistema circulatorio que la sostiene, haciendo parte vital de la nueva economía global centrada básicamente en la comunicación virtual, en la inteligencia artificial y en el conocimiento como principal recurso, todo lo cual permite el nuevo capitalismo financiero, hiper concentrado en poquísimas manos, superando a los Estado-nación modernos.
Las nuevas tecnologías digitales, más allá de la explosión con que han entrado en escena y su consumo masivo siempre creciente, no benefician por igual a todos los sectores. “En América Latina la presencia o el desarrollo de una SIC [sociedad de la información y la comunicación] está más ligada a la consolidación de grandes consorcios multinacionales del audiovisual que a la incorporación de la convergencia a los procesos productivos. Esto último se ha polarizado en un sector capaz de desmaterializar la economía, en tanto que sobrevive otro gran sector que permanece al margen de los cambios tecnológicos y continúa trabajando dentro de un esquema de producción clásico, ayudado de herramientas que también podríamos definir como clásicas. En nuestros países sólo un sector de la población (muy probablemente el que acumula el consumo tecnológico de distintas generaciones), es la que se ha incorporado efectivamente al proceso de producción ligado a la información y el conocimiento”. (6)
La repetida insistencia en relación a las maravillas de las nuevas tecnologías digitales de la información y la comunicación, en realidad puede tener mucho de espejismo manipulado desde los grandes centros de poder que se benefician de ellas, de su comercialización y de su uso como mecanismo de control a escala planetaria. El hecho de que en cierta forma la utilización de las tecnologías de la información y la comunicación pueda facilitar las cosas en ciertos aspectos para las grandes mayorías, no es efectivo si no se terminan con los problemas estructurales, con las brechas sociales enormes que siguen siendo el paisaje cotidiano: el hambre, la exclusión crónica, el analfabetismo, las enfermedades curables, el racismo. Pese a este portento de las tecnologías de la inteligencia artificial, el hambre sigue siendo uno de los principales problemas del mundo. ¡Siglo de la hiper tecnología… y nos seguimos muriendo a causa del hambre! Simplemente bochornoso.
No está demostrado que por el hecho de utilizar alguna de las nuevas tecnologías digitales se elimine automáticamente la exclusión social o se termine con la pobreza crónica. De todos modos, sabiendo que estas herramientas encierran un enorme potencial, es válido pensar que no disponer de ellas propicia la exclusión, o la puede profundizar. Visto que la red de redes, el internet, es la suma más enorme nunca antes vista de información que pone al servicio de la humanidad toda una potente herramienta de comunicación, no acceder a él crea desde ya una desventaja comparativa con quien sí puede acceder. De todos modos, el desarrollo propiamente dicho, el aprovechamiento efectivo de las potencialidades que abren las nuevas tecnologías comunicacionales, no se da por el sólo hecho de disponer de una computadora, de hacer uso de las redes sociales o de un teléfono celular de última generación, o de una consola de videojuegos, tan a la moda hoy día. Los videojuegos, valga agregar, que cada vez comienzan a ser jugados desde las más tempranas edades (2 o 3 años), bastante poco amigables para los adultos -los que no han crecido en esta cultura cibernética- funcionan como “verdaderas propedéuticas informales para el acercamiento amistoso y lúdico a los aparatos electrónicos. […] Ese tiempo invertido los acerca sin reparos mayores a la manipulación de aparatos de tecnología digital” (7). Después de varios años de “acostumbramiento”, ya desde niños, los jóvenes encuentran como algo absolutamente natural, y más aún: imprescindible, el mundo de las tecnologías de la información y la comunicación. El consumismo está ya puesto en marcha, y la obsolescencia programada hará que cada cierto tiempo haya que reemplazar el equipo en cuestión. Obviamente todos estos aparatos podrán ser “bonitos”, pero no dejan de ser instrumentos, útiles, herramientas. La diferencia fundamental no la hacen los instrumentos, sino los sujetos que los utilizan.
Lo que sí hace la diferencia es la capacidad que una población pueda tener para aprovechar creativamente estas nuevas formas culturales. Si el internet “ha transformado la vida”, como tan insistentemente dice cierto pensamiento dominante (desde una perspectiva más mercadológica que crítica, terminando por constituirse en “mito”, en manipulación mediática), ello permite descubrir el porqué de esa tenaz repetición: está claro que alimenta muy generosamente a quienes lucran con su comercialización.
En realidad, con el comercio expandido por todo el orbe nació la globalización. Hoy asistimos a su entronización cultural, basada en muy buena medida en tecnologías que unen el mundo a velocidades vertiginosas, pero como se dijo en alguna ocasión: la globalización comenzó la madrugada del 12 de octubre de 1492, cuando Rodrigo de Triana pronunció su grito de ¡tierra!
Entre los íconos de esta globalización se inscribe también el mercado como punto máximo del desarrollo y “la democracia” como expresión superior de la organización política. Los medios masivos de comunicación, cada vez más globalizados y concentrados, juegan un papel clave en la expansión de este fenómeno y de sus mitos. Hoy día, la ciudadanía (ciudadanía global, ciertamente) es moldeada cada vez más por ellos.
Ese proceso de homogenización político-cultural y el papel que en él pueden jugar los medios masivos de comunicación, se perfilaba ya algunas décadas atrás; así, por ejemplo, el Informe McBride de UNESCO del año 1980 lo expresaba explícitamente: “La industria de la comunicación está dominada por un número relativamente pequeño de empresas que engloban todos los aspectos de la producción y la distribución, las cuales están situadas en los principales países desarrollados y cuyas actividades son transnacionales. (…) Se deben adoptar medidas encaminadas a ampliar las fuentes de información que necesitan los ciudadanos en su vida cotidiana. Procede emprender un examen minucioso de las leyes y reglamentos vigentes para reducir las limitaciones, las cláusulas secretas y las restricciones de diversos tipos en las prácticas de información. (…) Con harta frecuencia se trata a los lectores, oyentes y los espectadores como si fueran receptores pasivos de información”. (8)
Sin dudas, el rol de los medios abre interrogantes sobre su aporte a la consolidación de la democracia genuina. Como dice Marcial Murciano: “El papel de árbitro que siempre ha mantenido el Estado en la moderna democracia se reduce y el mercado, ordenado ahora por los nuevos líderes empresariales, no asegura ninguno de los principios redistributivos que la democracia contemporánea debe asegurar al ciudadano que ahora debe situarse en un plano local y mundial al mismo tiempo. Probablemente más que en ningún otro período de nuestra historia reciente se hace necesario abrir un nuevo debate político-cultural sobre la posición de dominio y control de los actores económicos sobre el sistema de los medios, en el nuevo contexto de la democracia participativa y la globalización. Sin dudas son tiempos de nuevas exigencias para las políticas de comunicación democrática”. (9)
Más allá de todo el despliegue científico-técnico con que nos movemos como sociedad globalizada que entró en la modernidad -todos tenemos teléfono celular, el internet es un hecho, todos directa o indirectamente consumimos petróleo… ¿es eso el progreso?- en el ámbito ideológico-político seguimos apegados a mitos, a frases hechas, a estereotipos: ¿qué diferencia la creencia de cualquier mito popular (fantasmas, hadas mágicas, personajes mitológicos, etc.) de los mitos en torno a la democracia? Y los medios masivos de comunicación, en vez de ser críticos al respecto, los alimentan generosamente.

La ética del comunicador

Un comunicador social dispone de un acceso y poder de convocatoria sobre la población como no lo tienen otros profesionales. Quiera que no, es un formador de opinión, de ciudadanía. Hoy, con la importancia definitoria de los medios de comunicación en nuestras sociedades masificadas, es un agente vital en la reproducción de pautas socio-culturales. O, también, un agente fenomenal para el cambio de esas pautas.
Si bien es cierto que la actual cibercultura abre la posibilidad de una cierta liviandad, de un pensamiento icónico muchas veces nada reflexivo, también da la posibilidad de acceder a un cúmulo de información y a nuevas formas de procesar la misma como nunca antes se había dado, por lo que estamos allí ante un fabuloso reto.
La cultura digital que ha llegado con una fuerza avasalladora, sin precedentes, presenta un gran desafío: obviamente, en tanto tecnología, no es ni “buena” ni “mala”. Plantearlo en esos términos es sumamente reduccionista. Pero no se puede dejar de considerar cómo funciona, quién la maneja, qué papel juega para los grandes poderes globales como negocio y como mecanismo de control social. O también como contra-mensaje, como contra-poder. La posibilidad de construir ahí un espacio alternativo está servida. Se trata de ver cómo hacerlo.
No debe dejarse de tener en cuenta que se han abierto ciertos canales para una relativa democratización de la información. En cierto sentido, todos podemos dejar nuestra marca en la red de redes, decir, transmitir, denunciar, hacer evidentes ciertas cosas. Pero hay que cuidarse de no caer en la ilusión de creer que los cambios sociales son sólo cuestiones de modernización tecnológica. La tecnología, si no está al servicio de la causa del Ser Humano como especie, sigue siendo un mecanismo de dominación. La comunicación social y todo su creciente arsenal tecnológico deben servir para fomentar desarrollo genuino, para afianzar la democracia de base, para buscar el bienestar para todos, y no estar al servicio de ninguna opresión. Si no es así, se termina convirtiendo en cómplice (¡o en actora principal!) de la explotación. Es por eso que decíamos que los comunicadores ya no son el “cuarto poder”: constituyen uno de los principalísimos poderes dominantes del mundo.
Ahora bien: el comunicador social no es neutro; de hecho, desempeña un papel muy importante en la conformación de ciudadanía, y siempre está tomando partido, tiene una posición, está ubicado con los pies sobre la tierra. Es imposible pedir “objetividad” como generalidad, como un bien en sí mismo. “La objetividad no existe en ningún aspecto de la vida, ni del periodismo de ningún lugar del mundo. En tantos seres sociales formados por una historia, un contexto y una mirada del mundo particular, única e irrepetible, resulta imposible creer que puede haber una mirada objetiva sobre un hecho, acontecimiento o relato”, afirma Natalia Locco (10). En todo caso, siguiendo a Victoria Camps: “lo que el buen informador debe proponerse, no es tanto ser objetivo cuanto creíble” (11).
Ahí estriba el asunto crucial de su misión profesional: ser serio, ético, tener sentido crítico, saberse agente formador de las grandes multitudes a quien se dirige. El conocimiento técnico, por más excelente que sea, no es ninguna garantía de una buena práctica, de un buen ejercicio profesional. Para ello es imprescindible contar con un proyecto humano, social, político en su sentido más amplio.
En relación a lo anterior Ignacio Ramonet expresa: “En estos tiempos de globalización neoliberal, la información se ha convertido en uno de los problemas principales de la democracia (…) Se puede hacer un paralelismo con lo sucedido con la alimentación. Había escasez de alimentos -y sigue habiendo en algunos países-, luego la revolución agraria permitió producir en abundancia. Hoy sabemos que muchos de los alimentos son tóxicos, pueden envenenarnos (el caso de la "vaca loca" por ejemplo). Lo mismo sucede con la información; está contaminada. Hay que crear una ecología de la información para limpiarla, para que se respete la verdad, para mejorar la calidad informativa y así mejorar la calidad de la democracia”. (12)
Debe quedar claro que nadie tiene el poder absoluto para cambiar todo un entramado social o para impedir sus cambios en forma terminante. Las transformaciones, las mejoras en la calidad de vida, las mutaciones son procesos complejos, largos, muy arduos. Cada quien aporta su grano de arena al respecto. Quienes abrazan la profesión de comunicar tienen, sin duda, un privilegio especial: su accionar influye de un modo más profundo que otros en ese proceso. Por eso hay que tener muy claro los principios éticos con los que deben manejarse. Más allá de la imperiosa necesidad de trabajar para asegurar la propia subsistencia, la disyuntiva que se plantea es: ¿se trabaja para continuar con este sistema o para proponer otro? Texto: Marcelo Colussi. Ver: ''Parte I''.
Notas:
6) Crovi, Diana. “Sociedad de la información y el conocimiento. Entre el optimismo y la desesperanza”. UNAM. México, 2002.
7) Urresti, M. “Ciberculturas juveniles”. La Crujía Ediciones. Buenos Aires, 2008.
8) UNESCO. “Un solo mundo, voces múltiples. Comunicación e información en nuestro tiempo”. Fondo de Cultura Económica. México, 1993
9) Murciano M. (2005) Nuevos conglomerados mediáticos y libertad de expresión: grupos de comunicación, democracia y política de comunicación. En CICom: Comunicación, democracia y ciudadanía. Centro de Investigación en Comunicación, Escuela de Comunicación, Universidad de Puerto Rico. Puerto Rico.
10) Locco, N. En Sabina Finck: El dilema de la objetividad. Versión digital en: http://catedragauna.com.ar/el-dilema-de-la-objetividad/
11) Camps, V. En Rodríguez, B.: Una información libre es tan necesaria como el agua o el aire para los seres vivos. Versión digital en: http://www.barahonainformativo.com/2012/01/una-informacion-libre-es-tan-necesaria.html
12) Ramonet, I. Una reflexión sobre los medios y la democracia. Versión digital disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=118309
Bibliografía:
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- Brzezinsky, Z. (1968).The Technetronic Society, en Encounter, Vol. XXX, No. 1
- Centro Knight para el Periodismo en las Américas. (2009) “El impacto de las tecnologías digitales en el periodismo y la democracia en América Latina y el Caribe”. Austin, Texas Centro Knight.
- Crovi, D. (2002). “Sociedad de la información y el conocimiento. Entre el optimismo y la desesperanza”, en Revista mexicana de Ciencias Políticas y Sociales. México. Año XLV, N°. 185, mayo-agosto de 2002, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM.
- Del Pino, Julio; Duaso, A. y Martínez, R. (2001) “Prácticas de ocio, cambio cultural y nuevas tecnologías en la juventud española de fin de siglo”. Madrid. Opiniones y Actitudes N°. 37.
- Eco, U. (1968) Para una guerrilla semiológica. Artículo reproducido en el libro de Eco, La estrategia de la ilusión, Lumen/de la Flor, 1987. Barcelona.
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- Galbraith, J. La sociedad opulenta. (2008). Barcelona: Editorial Ariel.
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- Urresti, M. (2008) “Ciberculturas juveniles”. Buenos Aires. La Crujía Ediciones.
- Wolton, D. (2000) “¿Internet, y después? Una Teoría Crítica Sobre los Nuevos 'Media'”. Barcelona. Ed. Gedisa. RECOMENDADO: '''GUERRAS MEDIÁTICAS'''.

Medios, ¿el cuarto poder? (Parte I de II)

Los medios de comunicación y su influencia en la vida cotidiana.

De acuerdo a nuestra tradición occidental la realidad es una, dada desde siempre, puesta ahí en forma indubitable a la espera que el ser humano se contacte con ella. La realidad, en definitiva, existe independientemente del sujeto que se relaciona con ella. En ese marco, la verdad, siguiendo las enseñanzas aristotélicas y los teólogos medievales, es la “adecuación del sujeto que conoce con la cosa conocida”. La cosa, la realidad, está siempre ahí a la espera que el sujeto se dirija a ella para aprehenderla, para conocerla a través de sus sentidos y la razón. Esa fue la idea dominante por dos milenios en nuestra tradición cultural, y es la concepción que sigue prevaleciendo en el sentido común. El peso está puesto en la realidad objetiva.
En el Renacimiento, con el cambio de paradigmas que comienza a tener lugar en ese momento histórico de la humanidad, la noción de la realidad va variando. Con el mundo moderno que se empieza a construir a partir del nuevo ideal de ciencia copernicana, la realidad va a pasar ser “construcción”, es decir: producto de la forma en que el sujeto se relaciona con la cosa. La realidad deja de ser una, única, inobjetable. Llegados a nuestros días con un pensamiento cada vez más centrado en el sujeto, interesa fundamentalmente el proceso de “construcción” de esa realidad. Los datos de las distintas ciencias sociales y de una epistemología que rompe vínculos con la tradición aristotélica ponen el énfasis en la relatividad de la realidad: la misma pasa a ser entendida como construcción histórica, por tanto cambiante, variada, siempre relativa. El peso, ahora, está puesto en el sujeto y en las relaciones que establece con la cosa. Así como una botella está medio vacía o medio llena, según el punto de vista, así comienza a entenderse esta nueva visión de la realidad. La verdad deja de ser un absoluto.


Todo esto nos sirve para entender que la realidad de la que queremos hablar en términos político-sociales es una realidad “construida”, no absoluta, no terminada. Lo político, en tanto la esfera donde se juegan las relaciones de poder entre grupos humanos, no es una realidad dada de antemano, única e indubitable. Esa realidad política es producto de una historia, y por tanto, es cambiante, dinámica, en perpetuo movimiento. En esa construcción, más allá de la bienintencionada idea de paz y rechazo de la violencia, el conflicto juega un papel determinante. La historia, la realidad política en definitiva, es producto de una conflictividad estructural. La realidad política tiene que ver con el juego de los poderes que se van estableciendo, los cuales están en continuo cambio. La forma en que percibimos esa realidad no es nunca ni ingenua ni neutra. Lo que sabemos de esa realidad política -que es una realidad social, por tanto determinada por factores sociales, económicos en principio, así como culturales en sentido amplio- es siempre una construcción hecha desde el ejercicio de poderes. Lo que pensamos, sabemos, decimos de esa realidad, es lo que quien detenta la mayor cuota de poder social piensa.
El pensamiento político es el reflejo de las luchas de poder que estructuran toda sociedad, y que le dan su dinámica. Este pensar, en general, ha sido patrimonio de un pequeño grupo de pensadores -en general plegados a los poderes dominantes- que piensan, organizan y dan forma a lo que luego las grandes mayorías repiten. En relación a esto, algo inédito en la historia y que viene marcando una tendencia cultural ya desde inicios del siglo XX es el papel que juegan los modernos medios masivos de comunicación. Lo que la gran mayoría piensa, o más correctamente repite en términos políticos-ideológicos, cada vez más proviene de esos medios comunicacionales: prensa escrita primero, luego radio, después la televisión con una fuerza arrolladora, actualmente toda la diversidad de medios audiovisuales: internet, videojuegos. Estos llamados “mass-media” han ido creciendo hasta convertirse en una especie de nuevo medio ambiente creando una inversión que hace que para muchas personas ya no haya otra realidad relevante que la que esos medios producen.

Según una publicación de la empresa encuestadora Gallup, estadounidense y para nada sospechosa de pensamiento crítico con ideología de izquierda, el 85% de lo que un adulto urbano término medio “sabe” hoy día de su realidad política proviene de esos medios masivos de comunicación, de la televisión ante todo. Es ya sabido, es una frase hecha -pero no por ello menos importante- aquello de “si no está en la televisión no existe”.
Esa es nuestra realidad política actual: los medios de comunicación, tradicionalmente el “cuarto poder”, han subido drásticamente de categoría. Hoy día son uno de los factores del poder mismo, construyendo la realidad político-ideológica a escala planetaria. Muy buena parte de nuestras apreciaciones sobre esa realidad son los productos prefabricados que esas usinas culturales elaboran, cada vez con mayor sutileza, con mayor esmero.
La evolución de los medios de comunicación ha estado siempre asociada a las distintas revoluciones tecnológicas, así la imprenta precedió al motor de vapor, la radio a la televisión, el ferrocarril a los automóviles, el telégrafo al teléfono, etc. De igual forma la expresión oral precedió a los manuscritos mediante el pergamino que podía mostrar texto y miniaturas ilustradas. Primero se transmitían sonidos, luego sonidos e imágenes. Hasta llegar al nuevo medio de transmisión de información, a saber: internet. Ha sido un medio que empezó transmitiendo sólo texto, luego imágenes, sonido, hasta llegar al lugar que ocupa en la actualidad.


TV: un ejemplo de “diosa todopoderosa” en la comunicación

Para entender este poder que detentan los medios, nos vamos a permitir hacer un pequeño recorrido por el medio de comunicación que más ha impactado a escala global en la población: la televisión. Sin dudas, ella es uno de los inventos que más ha influido en la historia de la humanidad. Su importancia es tremendamente grande, dado que influye en los cimientos mismos de la civilización: es la expresión máxima de los medios masivos de comunicación, por tanto es parte medular de la cultura, de esta sociedad que llamamos ahora “sociedad de la información y la comunicación”. Lo es, de hecho, en forma cada vez más omnipresente, más avasallante. Sin temor a equivocarnos podemos decir que el siglo XXI será el siglo de la cultura de la imagen, de la pantalla, cultura que ya se entronizó en las pasadas décadas del siglo XX y que, tal como se ven las cosas, parece afianzarse cada vez con más fuerza sin posibilidad de retroceso. El “¡no piense, mire la pantalla!” parece haber llegado para quedarse. Hoy día esa pantalla ya no es sólo la televisión; ahí tenemos también la de los teléfonos celulares, la de las agendas electrónicas, las sofisticaciones de plasma líquido que nos invitan por todas partes a quedar anonadados. En definitiva: la imagen nos va envolviendo cada vez más siguiendo el modelo televisivo.
Cuando la televisión se masificó se inició también el debate sobre si, por fin, este medio encarnaría el sueño de educación al alcance de toda la población, información veraz y objetiva sobre la realidad mundial, cultura para todos, programas de debate, aporte a las ciencias y a las artes. Pero ya con varias décadas de desarrollo parece que ninguno de estos ideales se ha realizado (quizá a través de ningún medio sucedió, pero con la televisión menos aún).
A medida que pasa el tiempo la televisión es más criticada pero, al mismo tiempo, más consumida. Prácticamente desde su aparición misma no fue un medio informativo y educativo sino que se constituyó en objeto de entretenimiento para terminar siendo el centro de todo hogar moderno. De la misma manera en que no se piensa dos veces si se compra una cocina o una cama cuando una pareja de recién casados estrena residencia o cuando un joven se independiza, tampoco se puede dejar de pensar en comprar un televisor. Hoy día, incluso, en los hogares de clase media ya es “obligado” más de un aparato. Este objeto se ha convertido en una parte esencial de la vida de todos los seres humanos, ricos y pobres, urbanos o rurales, varones o mujeres, jóvenes o adultos. Se calcula que actualmente están funcionando no menos de 2,000 millones de aparatos televisivos, y la tendencia es seguir creciendo.


La televisión construye un mundo virtual muy especial. La fuerza de las imágenes hace que a menudo reciban un estatus de realidad superior a la realidad misma. En las modernas sociedades masificadas, aglomerándose enormes cantidades de seres humanos pero estando paradójicamente muy separados unos de otros dados los patrones de individualismo y consumismo hedonista que la sociedad actual ha impuesto -“es más fácil para la mayor parte de la gente encontrar un dinosaurio que un vecino”, dijo sarcásticamente Alain Touraine (1)-, al mirar todas esas personas las mismas imágenes en forma simultánea, la televisión consigue ser el referente más potente de validación y estandarización de la realidad. El punto de partida para entender esto es la dificultad que el sistema nervioso en su conjunto tiene para distinguir las imágenes de la realidad de las imágenes virtuales o de representación de la realidad. Por eso lloramos viendo una película de ficción o nos emocionamos con los anuncios de bebidas. El cerebro ha ido evolucionando en los organismos más complejos, incluida la especie humana, basándose en la credulidad de lo que ve. Todo el mundo sabe que añadir una imagen a una noticia cualquiera le confiere un carácter de más veracidad. Las informaciones icónicas producen en el cerebro la sensación de ser algo intrínsecamente creíble. A lo largo de la evolución no ha sido necesario desarrollar la capacidad de discriminar las imágenes virtuales de las reales, puesto que las primeras no existían o eran poco relevantes (espejismos, reflejos en el agua). La aparición de la realidad virtual cambió en muy buena medida la historia humana.
La memoria aún tiene más dificultades para distinguir la procedencia de las imágenes mentales que posee. ¿De dónde me viene la idea que tengo de la nieve viviendo en el trópico, de mi experiencia o de las películas que he visto? Y la idea de la Edad Media, ¿de mi imaginación, de los textos que he leído o de las imágenes que he visto? ¿Y la idea de un sindicalista? ¿La de los indígenas? ¿Y la de la guerra? ¿Cómo llegamos a los conceptos de los “buenos” y los “malos”? (los primeros, siempre blancos; los segundos: negros, indios, musulmanes). Es necesario insistir en esto: la televisión influye más sobre la humanidad que todo el arsenal nuclear. La televisión crea la realidad cultural en la que nos desenvolvemos, hoy día con más fuerza que la familia, las iglesias o la escuela formal.
La dificultad para distinguir entre imágenes reales y virtuales, junto con el aislamiento social y la cantidad de tiempo dedicado a ver la televisión (en promedio: dos horas diarias un adulto y cuatro horas y media un niño) borra las fronteras entre realidad y ficción e invierte el referente para conocer quiénes somos, cómo es la realidad y cuál es el mundo deseable. Por supuesto, a los círculos que detentan el poder esto les viene como anillo al dedo. Por eso, seguramente, se dio el crecimiento exponencial de la televisión como pocos, o como ningún otro avance científico del siglo XX. Y en esa línea se hallan todos los dispositivos audiovisuales; el internet ya se perfila como, sino que ya es, uno de los núcleos principales en torno al que se tejerá la vida para el siglo XXI.
Para mantener la atención, el negocio televisivo transforma todo lo que trata en espectáculo, en show, para decirlo en la lengua dominante. El discurso político, el conocimiento, el conflicto, el temor, la muerte, la guerra, el sexo, la destrucción pasan a ser fundamentalmente espectáculo, comedia, show farandulesco. El espectador es acostumbrado a ver el mundo sin actuar sobre él. Al separar la información de la ejecución, al contemplar un mundo mosaico en el que no se perciben las relaciones, se crea un estado de aturdimiento, indefensión y modorra en el que crece con facilidad la parálisis social. Como tecnología de implantación de imágenes en el sistema nervioso central, la televisión permite hablar directamente al interior de la subjetividad de millones de personas y depositar en ella imágenes (que difícilmente se pueden modificar) capaces de lograr que la gente haga lo que de otra manera nunca hubiera pensado hacer. (No olvidemos la ley de Galbraith (1958): “se publicita lo que no se necesita” (2)). ¿Cómo conseguir suprimir las numerosas maneras diferentes de comer que había en los distintos territorios y culturas y sustituirlas (en una tercera parte del planeta) por unas hamburguesas o un vaso de bebida gaseosa? Sólo una tecnología como la televisión es capaz de lograrlo con la eficacia mostrada en el escaso margen de pocas generaciones, cosas que no logró ninguna iglesia ni ningún partido político. Aunque la televisión se inventó en los años 20 del pasado siglo, se desarrolló como tecnología de implantación masiva de imágenes coincidiendo con el período de mayor bonanza y acumulación capitalista tras la segunda guerra mundial, liderada por la gran potencia hegemónica de ese entonces: Estados Unidos.


Hacia una cultura de la imagen

La cultura audiovisual que la televisión, y hoy día los otros medios digitales (videojuegos, internet), han ido creando una cultura donde se invierte la evolución de lo sensible a lo inteligible, alterando la relación entre entender y ver, distorsionando en buena medida la comprensión del mundo, dificultando la capacidad de abstracción, y por tanto, de actuar sobre la realidad. La humanidad no es “más tonta” desde que ve televisión, sin dudas; pero es más manejable, más manipulable. El primado de la imagen lo permite.
El video-dependiente término medio, de televisión o de las nuevas tecnologías que entronizan la imagen -es decir: cada vez más gente en el planeta- tiene menos sentido crítico que quien no depende casi exclusivamente de las imágenes como fuente de conocimiento, de quien lee y piensa reflexivamente, críticamente. Es mucho menor el esfuerzo de ver que el de leer. Consideremos cómo es dejarse llevar por imágenes: se suceden unas a otras, el orden está fijado, se trata fragmentariamente cada tema y no hay espacio para reflexionar (es decir: para darle vueltas al asunto, para examinar el contexto global en que se produce un acontecimiento, integrarlo con otros aspectos de la realidad con los que interactúa, darse el tiempo para pensar en futuras acciones en relación al material recibido por los sentidos). Pero de todos modos es incorrecto achacar nuestros males y esta cultura “light” del “no piense y mire pasivamente” al avance tecnológico. Las nuevas tecnologías modelan las problemáticas y perfilan cambios en la constitución subjetiva, sin dudas; sin embargo el poder de creación, de innovar, de formar y participar en los procesos de transformación social sigue siendo exclusivamente responsabilidad nuestra, y como siempre, el vínculo interpersonal es el factor determinante en el desarrollo y uso de las potenciales capacidades intelectuales. La tecnología nos condiciona, pero el proyecto antropológico de base (“político”, si preferimos decirlo de otro modo) es el que decide cómo y para qué se usa ella. En otros términos: la ciudadanía sigue siendo lo fundamental, más allá de la tecnología que se utilice.
Vale aclarar muy enfáticamente que la “culpa” de los males del mundo no es de la televisión ni de los medios de comunicación en general, de esta tendencia al consumo de imágenes, de los medios digitales (televisión y toda la parafernalia que le sigue, el internet, la pantalla de los teléfonos celulares inteligentes y de los medios que podrán venir en un futuro en esta línea). También ellos, como instrumentos de enorme penetración, pueden servir para otros fines: para ampliar nuestro conocimiento, para mejorar nuestra condición. También la televisión, o los medios de comunicación en general, pueden ser un arma liberadora. De todos modos, las experiencias conocidas hasta la fecha abren algunos interrogantes.
Esto nos lleva a replantear la cultura de la imagen que está en la base de toda esta proliferación de medios masivos que cada vez van imponiéndose más. Como dijo Zbigniew Brzezinsky (1968) (3): “En la sociedad actual el rumbo lo marca la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados que caen fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotan de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón”. En otros términos: los medios de comunicación al servicio de los proyectos dominantes, de los poderes fácticos.


La humanidad no es más tonta desde que ve televisión, se decía más arriba, pues el núcleo del problema no está en el consumidor sino el productor. Lo que se busca enfatizar ahora es que ese productor de imágenes es cada vez más también un gran poder político. En los años 60 del pasado siglo el padre de la semiótica, el italiano Umberto Eco, decía que “quien detente los medios de comunicación detentará el poder” (4). Evidentemente, viendo cómo marchan las cosas actualmente, no se equivocaba.
Vale la pena aquí recordar lo dicho por el nazi Joseph Goebbels, padre de la manipulación mediática moderna: “¿A quién debe dirigirse la propaganda: a los intelectuales o a la masa menos instruida? ¡Debe dirigirse siempre y únicamente a la masa! (...) Toda propaganda debe ser popular y situar su nivel en el límite de las facultades de asimilación del más corto de alcances de entre aquellos a quienes se dirige [¿niño de seis años?]. (…) La facultad de asimilación de la masa es muy restringida, su entendimiento limitado; por el contrario, su falta de memoria es muy grande. Por lo tanto, toda propaganda eficaz debe limitarse a algunos puntos fuertes poco numerosos, e imponerlos a fuerza de fórmulas repetidas por tanto tiempo como sea necesario, para que el último de los oyentes sea también capaz de captar la idea”. (5)
No hay ninguna duda que la inmediatez y unidireccionalidad de los mensajes audiovisuales, de los que la televisión es el principal exponente, junto al cine, la foto, el internet o los videojuegos, generó una cultura de la imagen que hoy pareciera muy difícil, si no imposible, revertir. En la dinámica humana la conducta reiteradamente repetida termina creando hábito (“algunos puntos fuertes poco numerosos se imponen a fuerza de fórmulas repetidas” enseñaba el ministro de Propaganda del Tercer Reich. Igual que la intuición de Eco, tenía razón). La cultura de la imagen que hace años viene repitiéndose con fuerza creciente ya creó un hábito en todas las capas sociales en estas últimas generaciones, y hoy por hoy pareciera imposible desarmarla. Pero en esa cultura anida un límite intrínseco, quizá imposible de ser franqueado: no importa el tipo de programa televisivo que se presente, siempre el mirar la pantalla no permite una actitud crítica como sí posibilita, por ejemplo, la lectura. De todos modos, esa cultura de la imagen no parece que vaya a desaparecer. Por el contrario, llegó para quedarse, y ya ha formado un nuevo sujeto, que será con el que habrá que contar de aquí en más.
La actual cultura mediática (audiovisual en lo fundamental) es la que cada vez más viene condicionando el pensamiento político. Por eso el comunicador social tiene una cuota de poder tan importante en sus manos: sépalo o no, es un vehículo de capital influencia por el que se va creando la ciudadanía, la opinión pública, la ideología. “Pensamos” política e ideológicamente en términos pasivos lo que el “espectáculo mediático” nos presenta, sin mayores cuestionamientos: que “los musulmanes son todos unos fanáticos terroristas”, que “los narcotraficantes constituyen el nuevo demonio que mueve la política en nuestros narco-estados latinoamericanos”, que “las “temibles” maras son el principal problema de Centroamérica”, que “Osama Bin Laden manejaba buena parte del mundo desde una tenebrosa cueva en las montañas de Afganistán”, que estamos mal porque “los políticos corruptos se roban todo”. Y también, sin formulaciones críticas al respecto, que “la democracia” es un bien en sí mismo, que los países exitosos son tales porque han abrazado la democracia. Nuestro pensamiento, recordémoslo una vez más, muchas veces se moldea por poderes hegemónicos que imponen “lo que se debe pensar”. En el ámbito académico eso es descarnadamente cierto también, aunque debería ser el lugar de la crítica por excelencia. La cultura de la imagen lo barre todo: el “copia y pega” pareciera haber llegado para quedarse. ¿Y no son sino eso los noticieros que nos llenan la cabeza de “información”: copia de lo que se muestra en las pantallas de los dispositivos digitales y repetición acrítica? Texto: Marcelo Colussi. Ver también: ''Por una guerrilla semiológica'', y Parte II.
Notas:
1) Touraine, A. La transformación de las metrópolis. Versión digital disponible en: http://www.carlosmanzano.net/articulos/Touraine02.htm
2) Galbraith, J. La sociedad opulenta. (2008). Barcelona: Editorial Ariel.
3) Zbigniew Brzezinsky, The Technetronic Society, en Encounter, Vol. XXX, No. 1 (enero de 1968).
4) Eco, U. (1968) Para una guerrilla semiológica. Artículo reproducido en el libro de Eco, La estrategia de la ilusión, Lumen/de la Flor, 1987. Barcelona.
5) Goebbels, J. En un artículo publicado el 30 de abril de 1928 en “Der Angriff”, órgano de prensa del Nacional Socialismo.

El 'Sur' y la deuda externa (Parte I de III)

Las crisis de la deuda de la periferia están ligadas a las crisis que estallan en los países capitalistas más poderosos y son utilizadas para subordinar a algunos Estados. Lo que sigue es una puesta en perspectiva histórica de las crisis de la deuda de los países de la “periferia” desde el siglo XIX al XXI. Desde América Latina a China pasando por Grecia, Túnez, Egipto y el Imperio otomano, la deuda ha sido utilizada como un arma de dominación y un medio de acumulación de riqueza en beneficio de las clases dominantes. 
A partir de los años 1820, los gobiernos de los países latinoamericanos, recién salidos de las guerras de independencia, se lanzaron a una ola de préstamos. Los banqueros europeos buscaban con entusiasmo ocasiones de endeudar a estos nuevos Estados pues eso les era extremadamente beneficioso. En un primer momento, estos préstamos sirvieron a los esfuerzos de guerra para garantizar y reforzar la independencia. En los años 1820, los préstamos externos tomaban la forma de títulos de la deuda emitidos por los Estados por el intermedio de banqueros o de corredores de bolsa en Londres. Luego, a partir de los años 1830, atraídos por los altos rendimientos, los banqueros franceses se hicieron muy activos y entraron en competencia con la plaza financiera de Londres. En el curso de los decenios siguientes otras plazas financieras se sumaron a la competencia: Francfort, Berlín, Amsterdam, Milán, Viena… La forma utilizada por los banqueros para prestar a los Estados limitaba los riesgos a los que se exponían puesto que en caso de suspensión del pago de la deuda, eran los tenedores de títulos los directamente afectados. Habría sido de otra forma si los banqueros hubieran prestado directamente a los Estados. No obstante, cuando estos banqueros adquirían ellos mismos una parte de los títulos que vendían o que otros banqueros vendían se encontraban con dificultades en caso de no pago. Por otra parte, la existencia de un mercado de títulos al portador permitía a los banqueros llevar a cabo múltiples manipulaciones que les procuraban un rendimiento elevado.
El recurso al endeudamiento exterior se reveló contraproductivo para los países concernidos en particular porque esos préstamos habían sido contratados con condiciones muy favorables para los acreedores. Las suspensiones de pago fueron numerosas y dieron lugar a represalias por parte de los países acreedores que utilizaron en varias ocasiones la intervención armada para obtener el reembolso. Las reestructuraciones de deuda sirvieron normalmente a los intereses de los acreedores y de las grandes potencias que les apoyaban e hicieron entrar a los países deudores en un círculo vicioso de endeudamiento, de dependencia y de “desarrollo del subdesarrollo”, por retomar una expresión del economista André Gunder Frank.

El arma del endeudamiento fue utilizada como medio de presión y de subordinación de los países endeudados. Como subrayaba Rosa Luxemburg en 1913, los préstamos “constituyen el medio más seguro para los viejos países capitalistas de mantener bajo su tutela a los países jóvenes, de controlar sus finanzas y de ejercer una presión sobre su política exterior, aduanera y comercial”.
Felizmente, México, en dos ocasiones, salió de forma victoriosa de la confrontación con sus acreedores (en 1867 bajo la presidencia de Benito Juarez y, más tarde, en la onda de la revolución mexicana dirigida por Emiliano Zapata y Pancho Villa que decretaron la suspensión de la deuda en 1914). Brasil igualmente se enfrentó con éxito a sus acreedores entre 1933 y 1943, lo mismo que Ecuador en 2007-2009, sin olvidar Cuba respecto al Club de París. Cuando se prepara una nueva crisis de la deuda de América Latina, es fundamental sacar enseñanzas de los dos últimos siglos. No hacer esto equivale a condenarse a revivir los dramas del pasado.

La deuda externa como arma de dominación y de subordinación

La utilización de la deuda externa como arma de dominación jugó un papel fundamental en la política imperialista de las principales potencias capitalistas a lo largo del siglo XIX y prosigue en el siglo XXI bajo formas que han evolucionado. Grecia, desde su nacimiento en los años 1820-1830, estuvo sometida por completo a los dictados de las potencias acreedoras (en particular Gran Bretaña y Francia). Haití, que se había liberado de Francia en el curso de la Revolución francesa y había proclamado la independencia en 1804, fue de nuevo sometida a ésta en 1825 por la deuda. Túnez endeudada fue invadida por Francia en 1881 y transformada en protectorado-colonia. La misma suerte fue impuesta a Egipto en 1882 por Gran Bretaña. El Imperio otomano, a partir de 1881, fue sometido directamente a los acreedores (Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia…), lo que aceleró su estallido. China fue forzada por los acreedores a conceder concesiones territoriales y a abrir por completo su mercado en el siglo XIX. La Rusia zarista fuertemente endeudada habría podido constituirse también en presa de las potencias acreedoras si la revolución bolchevique no hubiera llevado en 1917-1918 al repudio unilateral de las deudas.
De las diferentes potencias periféricas que podían potencialmente acceder al papel de potencias capitalistas imperialistas en la segunda mitad del siglo XIX, es decir, el Imperio Otomano, Egipto, el Imperio ruso, China y Japón, sólo este último logró la mutación|. En efecto, Japón no recurrió prácticamente al endeudamiento exterior para realizar un importante desarrollo económico y transformarse en una potencia capitalista imperialista en la segunda mitad del siglo XIX. Japón conoció un importante desarrollo capitalista autónomo como consecuencia de las reformas del período Meiji (iniciado en 1868). Importó las técnicas de producción occidentales más avanzadas de entonces, a la vez que impedía la penetración financiera extranjera en su territorio, rechazando recurrir a préstamos exteriores y suprimiendo en el país las trabas a la circulación de los capitales autóctonos. A finales del siglo XIX, Japón pasó de una autarquía secular a una expansión imperialista vigorosa. Por supuesto, la ausencia de endeudamiento exterior no fue el único factor que permitió a Japón dar el salto hacia un desarrollo capitalista vigoroso y llevar a cabo una política internacional agresiva, alzándole al rango de las grandes potencias imperialistas. Otros factores que sería demasiado largo enumerar aquí operaron igualmente pero es evidente que la ausencia de endeudamiento exterior jugó un papel fundamental.
A contrario China, que hasta los años 1830 llevaba a cabo un desarrollo muy importante y constituía una potencia económica de primer nivel, al recurrir al endeudamiento exterior permitió a las potencias europeas y a los Estados Unidos marginarla y someterla progresivamente. Aquí también intervinieron otros factores, como las guerras impuestas por Gran Bretaña y Francia para imponer el libre comercio y la exportación forzosa a China del opio, pero el recurso a la deuda externa y sus nefastas consecuencias jugaron un papel muy importante. En efecto, para reembolsar préstamos extranjeros, China tuvo que sacrificar concesiones territoriales y portuarias a las potencias extranjeras. Rosa Luxemburg menciona, entre los métodos empleados por las potencias capitalistas occidentales para dominar a China el “sistema de la deuda pública, de préstamos europeos, de control europeo de las finanzas con la consecuencia de la ocupación de las fortalezas chinas, la apertura forzada de puertos libres y la concesión de ferrocarriles obtenidas bajo la presión de los capitalistas europeos”. Joseph Stiglitz, casi un siglo después de Rosa Luxemburgo, remite igualmente ello en su obra 'La gran desilusión'. Texto: Eric Toussaint. Traducción: Alberto Nadal. Ver Parte II