8 nov 2015

C's

Antonio Pérez acaba de publicar un artículo: ''Los nietos de Franco se hacen libertarianos''; analiza las propuestas políticas y económicas del partido de Rivera y llega a la conclusión de que son copias y plagios, de las de los llamados libertarians en los Estados Unidos y también anarco-capitalistas.
Estos nombres designan a quienes quieren acabar con la teoría económica keynesiana y el Estado del bienestar y sustituirlos por la teoría económica neoclásica, la economía de la oferta y el retorno a un Estado no intervencionista al que llaman Estado mínimo en la expresión de Nozick, su más conocido filósofo. Son las tesis de Ludwig von Mises y la llamada escuela austriaca, de Friedrich A. von Hayek y de sus variopintos seguidores, los Friedman, Hazzlitt, Lepage, Sorman, Martin, Gilder, Laffer, Rothbard, etc. y la batería de economistas que teorizó la política económica de Reagan y Thatcher en el asalto y desmantelamiento del Estado del bienestar. Junto a esta cara pseudolibertaria o libertariana, C’s presenta otra política que Pérez llama neofranquista y que asimismo encaja en otros modelos procedentes del extranjero, esto es, el carácter retrógrado y reaccionario de los neoconservadores gringos, empezando con el magisterio de Leo Strauss (a veces se tilda a sus seguidores de leoconservadores)  al que se suman los Kirk, Buckley, Kristol, Podhoretz, Wolfowitz, Horowitz y, por supuesto, políticos indeseables como Newt Gringrich o Donald Trump, agresivos y racistas. Se añade un muy considerable dominio del ámbito público y presencia permanente en los medios. Estos se les han rendido por orden de los bancos que son quienes los controlan. Es curioso qué alto grado de publicidad ha alcanzado un partido de carácter oscuro en cuanto a su origen, funcionamiento interno y, por supuesto, financiación. Hay un peligro evidente para la democracia en el hecho de votar a un grupo cuyas cuentas no están claras y que oculta sus relaciones peligrosas en el pasado y sus apoyos actuales. Como oculta su programa. Es preciso estar atentos a las ocasionales declaraciones de sus dirigentes para barruntar sus intenciones y con frecuencia se desdicen sin grandes escrúpulos cuando intuyen que pueden perder votos porque lo suyo es puro oportunismo. Tomando pie en lo que los de C’s han dicho en algún momento, los ciudadanos deben esperarse: copago en la sanidad, copago en la educación, aumento de impuestos indirectos, recortes de subvenciones, condiciones draconianas para los parados y aplicación de las doctrinas de la FAES, como supresión del sistema público de pensiones y sustitución por planes privados o supresión del subsidio de desempleo. Estas medidas se amparan en la batería de falsedades con ínfulas teóricas que esta escuela suelta a los cuatro vientos, desde infinidad de think tanks, fundaciones, círculos, asociaciones, cátedras, medios e iglesias: que el Estado del bienestar es insostenible; que la sanidad pública también y todos los servicios públicos por sobrecarga fiscal del Estado;  que lo público es siempre un despilfarro; que lo privado funciona mejor, es más barato y eficaz; que deben derogarse todas las limitaciones normativas de la libre competencia en un mercado sin controles; que la redistribución es ruinosa y los programas sociales, contraproducentes y/o fuentes de corrupción. Son discursos machacones que repiten como papagayos l@s comunicador@s a sueldo de la derecha. El neoconservadurismo es la pareja de baile del neoliberalismo, esto es una concepción reaccionaria y retrógrada del sistema democrático y sus valores y principios a base de reducir o negar los derechos y libertades de los ciudadanos, la tolerancia, el multiculturalismo, la educación cívica, así como de implantar interacciones sociales autoritarias y creencias morales y religiosas oscurantistas y represivas. Nada de replantear las relaciones de la Iglesia y el Estado o de poner en marcha las políticas de la memoria histórica que liberen de una vez a la sociedad del peso del franquismo. Parece curioso pero en la derecha española nacionalcatólica más obtusa de la historia han ido a confluir estas dos corrientes reaccionarias al mismo tiempo con un discurso consistente en tratar a la población como menores de edad, desprestigiar la política de partidos (por eso rehúyen la palabra) y pedir a los electores que confíen en ellos, los técnicos y especialistas. Y hagan lo que recomendaba su referente Franco: no meterse en política. Algo que también aconsejaban en su peculiar estilo los falangistas españoles que estos de C’s reproducen con bastante fidelidad. El resultado es un remake del PP con treinta años menos, menos pinta cuartelera y mucha más capacidad de engañar mediante recursos retóricos y un fuerte impacto mediático perfectamente organizado y llevado a la práctica. Un peligro para la democracia. Texto: R. Cotarelo. Ver también: Manipulación mediática en la aldea global.

4 nov 2015

Renta Básica Universal

Cuando se propone cualquier política económica relacionada con objetivos sociales la pregunta más habitual es: ¿y de dónde vamos a sacar el dinero para pagarlo? Lo gracioso del tema es que los que principalmente realizan esta pregunta son aquellos que se apresuran a despilfarrar el dinero de todos echándolo en manos de aquellos que son responsables de la crisis que todavía, a pesar de ellos mismos, aguantamos. Hay que ser consciente, además, de que también se apresuraron, los mismos, a dar tijeretazos a la sanidad, a la educación, a los servicios sociales y en definitiva a muchos de los servicios esenciales que contribuían al cumplimiento de los derechos reconocidos en nuestra Constitución. 
Estas políticas austericidas es verdad que han cumplido ciertos objetivos: empleos -precarios- manteniendo en la inseguridad -y la miseria- a buena parte de la ciudadanía; incremento de la desigualdad entre las personas, favoreciendo la riqueza de los más ricos, a veces con sueldos y pensiones millonarias, y la pobreza de los que menos tienen; aumento de los precios de servicios básicos como la electricidad, la sanidad y la enseñanza; aumento de la deuda pública que actualmente roza y supera el 100 por cien del PIB.
Hemos de ser conscientes de que en el año 2008, año en el que la crisis estaba llamando a la puerta de nuestro país, la deuda pública española era de 439.771 € y suponía el 39,40 por ciento de nuestro Producto Interior Bruto (PIB); en el año 2011, año de cambio en el gobierno, la deuda pública ascendía a 743.531 € y un porcentaje del 69,20 por ciento del PIB, y en el año 2014 1.033.857 €, lo que muestra que debemos todo lo que los españoles somos capaces de producir en un año. Por ello debemos preguntarnos: ¿Dónde han ido esos cientos de millones de euros? ¿De qué han servido la austeridad y las políticas de recortes por Decreto sin que la ciudadanía soberana haya sido preguntada? ¿Alguien se preguntó de dónde íbamos a sacar el dinero para pagar tamaña desmesura?
Pues si alguien lo hizo fácilmente se convenció de que el sistema financiero había que mantenerlo ya que en caso contrario la economía de los países desarrollados caería en picado. Pero la realidad es que los que realmente iban a ganar y han ganado, en términos absolutos y relativos, eran aquella minoría que ha conseguido apoderarse de una gran parte de las rentas y el patrimonio mundial. En realidad lo que se ha defendido es el interés de las clases pudientes. Riqueza hay y más podría haber si se utilizan todos los recursos existentes; lo que no hay es voluntad de repartir los medios de pago para poder disfrutar de esa riqueza. ¿Quién todavía puede decir que de dónde sacaremos el dinero para pagar las políticas sociales? Me repito: los mismos que han apoyado la puesta en marcha de las políticas austeras y neoliberales.
Pero hasta el editor Jefe de Economía del prestigioso Financial Times, que no es sospechoso de pertenecer a los defensores de la economía heterodoxa, llega a decir en su último libro ''La Gran Crisis: cambios y consecuencias'': “El reciclado de los superávits por cuenta corriente y entradas de capital privado en salidas de capital oficiales –descrito por algunos como una superabundancia de ahorro y por otros como una superabundancia de dinero—fue una de las causas de la crisis [1]”. Y entre los análisis que efectúa en el libro mencionado sobre la crisis nos dice “A mediados de 2010, por tanto, los líderes se alejaron de sus acciones fuertemente contracíclicas hacia la austeridad [2]”. Todos recordaremos el cambio de política efectuada por el Presidente español Zapatero en mayo de 2010. “Lo hicieron, además, cuando sus economías estaban lejos de encontrarse completamente recuperadas de la crisis (3) ”. Así se puede explicar que “una prometedora recuperación comenzó a marchitarse. La austeridad demostró ser contractiva, dado que la demanda era muy débil y los tipos de interés muy cercanos a cero”. ¡Ay si Keynes levantara la cabeza! Su lucha por salvar la gran depresión ha servido de poco. ¡Pronto ha sido olvidada!
Está claro quién puede estimular la demanda, y no son los ricos que ahorran para multiplicar sus rentas. Las empresas necesitan vender para activar la economía, ya que producir y prestar servicios no es el problema, el mundo nunca ha sido tan rico ni ha producido tanto como lo es y produce en los tiempos actuales. La desigualdad y la errónea distribución de la renta, distribución que no es equitativa, revelan fallos en la maquinaria de capitalismo, siendo causante de su inevitable destrucción. Sin embargo, cuando se dice que en este mundo “dónde el pleno empleo, hoy, ni está ni se le espera [4] ”, las personas tienen derecho a vivir y por tanto a tener los medios económicos necesarios para vivir una vida digna. Lo que supone que es de sentido común que todos los ciudadanos tengan una Renta Básica Universal (RBU) que, además de ser un reductor de la burocracia pública, aumenta fuertemente la demanda de bienes básicos, ya que los pobres sí que gastan todas sus rentas y poco, más bien nada, les queda para especular. Debemos olvidar el anacronismo de que el pan se gana con el sudor y el esfuerzo, ya que no todos pueden tener un salario ya que no hay trabajo para todos.
Sabemos que el dinero se crea por arte de magia y circula en mayor cantidad que los bienes y servicios que existen para su consumo. El problema es, por tanto, su distribución. Así mientras hay quien no sabe dónde emplearlo, a no ser en el casino trucado del sistema económico mundial, otros no poseen ni lo indispensable para mantenerse en vida. Ni siquiera a los animales tratamos con tal saña. Hay quien habla de un principio de humanidad y de los Derechos Humanos pero deben ser nociones que han quedado en el saco del olvido porque parece que muchos encuentran diferencias notables entre los hombres y piensan que no todos merecen el derecho que debe estar en lo más alto: el derecho a la vida.
[1] Wolf, Martin (2015:43) La Gran Crisis: Cambios y consecuencias. Deusto.
[2] Ibídem (2015:90)
[3]Ibídem (2015: 90-91)
[4] Pérez, Cive (2015:161). Renta Básica Universal, la peor de las soluciones a excepción de las demás. Clave Intelectual. 
Texto: E. Ruiz Ureta. Ver tambien: Keynes y Galbraith

2 nov 2015

Imaginación al Poder

A principio de los años 90 a veces nos ocurría que encontrábamos por la calle un hombre completamente loco que hablaba solo y luego resultaba que estaba cuerdo y hablaba a través de un teléfono móvil.
Hoy, al contrario, nos hemos acostumbrado de tal modo a que todo el mundo tenga un celular y lo utilice en los espacios públicos -la calle, el restaurante, el autobús- que los locos y sus monólogos delirantes pasan completamente desapercibidos: se diría que están hablando por un teléfono móvil. Hace poco, en el bar de una estación de tren, me llamó la atención un hombre de unos cuarenta años que, en la mesa vecina, mantenía una acalorada y trágica conversación a través del teléfono. Hablaba con su secretaria, que le daba muy malas noticias. Los bancos le habían negado una nueva línea de crédito, las empresas deudoras no pagaban, la auditoría había descubierto la doble contabilidad y, para colmo, su esposa lo había abandonado por un cliente rico. Nuestro hombre repetía en voz alta esta sucesión de catástrofes alternando la desesperación resignada -una mano en la frente calva, un suspiro- con repentinos cornetazos de resistencia colérica: agitaba un dedo agresivo y se golpeaba el pecho mientras gritaba órdenes a las que su secretaria, al otro lado, oponía una nueva desgracia que inhabilitaba toda respuesta. Al terminar la conversación, el hombre dejó el móvil, como un cangrejo muerto, sobre el tablero, se bebió de un trago el resto de la cerveza y se derrumbó. Por razones que no hace al caso relatar -una combinación de retrasos y azares empáticos- acabamos sentados a la misma mesa. En resumen: nuestro hombre, que se llamaba Alfredo Expósito, no había mantenido ninguna conversación; no tenía secretaria y su móvil era de juguete. Alfredo estaba loco y se hacía pasar por un empresario ocupadísimo. Estaba tan solo y al mismo tiempo tan en este mundo que acudía con su móvil falso a los lugares públicos para que lo tomaran por lo que no era. Alfredo fingía ser un hombre de negocios, sí, pero lo más extraño es que fingía ser un hombre de negocios... fracasado. Podía haber citado cifras astronómicas de beneficios financieros, operaciones redondas y gloriosas, encuentros con magnates y estrellas de las pasarelas, pero no: iba a parques, bares y estaciones a escenificar en voz alta la ruina de su empresa y el desbaratamiento de su vida. Unas veces era el mercado de divisas y otras veces la fábrica textil, unas veces la malversación de un contable y otras la anticipación de un rival financiero, unas veces su mujer lo abandonada por un triunfador y otras se suicidaba tras perder la casa y el Alfa Romeo, pero lo que no cambiaba era el resultado: de manera invariable Alfredo mantenía por su celular de juguete la última conversación de un fracasado. ¿Por que Alfredo Expósito se hacía pasar por un empresario fracasado? ¿La locura no es más libre que la cordura? ¿No elige siempre ser Napoleón en lugar de uno de sus soldados? No. La locura describe también, y nos impone, el mundo real en el que vivimos. Sin amigos, sin familia, sin trabajo, con un solo traje heredado de su breve pasado de agente de seguros, Alfredo necesitaba integrarse, formar parte de una sociedad que lo rechazaba. Su locura tenía buen tino. De entre todos los tipos integrados, elegía el que la -digamos- “ideología dominante” aprecia y destaca más: el empresario que desde un despacho, a través de un teclado o de un teléfono, levanta millones como olas del mar; el hombre de negocios dinámico que con su varita dirige la orquesta de las riquezas del mundo. Si tenía que fingir “integración” nada mejor que hacerse pasar por directivo de una agencia de inversiones, de una consultoría o de una multinacional de la construcción. Pero, ¿por qué -por qué- fracasado? Podría decirse que precisamente por afán integrador, pues ningún destino resulta más típico, más estándar, más verosímil en tiempos de crisis que el de un empresario fracasado -e incluso un empresario corrupto-. Era un homenaje a los tiempos presentes y, a su modo, una denuncia de sus excesos. Pero había también una cuestión de carácter. Alfredo lo había intentado, me dijo, había intentado hablar con su falsa secretaria y recibir buenas noticias; había intentado fingir que compraba todas las acciones de Monsanto o de Indra, que se apoderaba en el último momento de las concesiones para explotar el gas de esquisto en Túnez y Rumanía, que Irina Shayk había dejado a Cristiano Ronaldo para irse a vivir con él a una isla del Pacífico. Pero no podía, no le salía. “No soy un fantasioso”, me dijo. Se había vuelto loco a la medida de sus posibilidades; era una locura modesta, “del pueblo”, compatible con su timidez y sus recursos. Era una locura de clase media derrotada. Me acordé -mientras lo escuchaba- de un verso del inmenso poeta portugués Fernando Pessoa (que cito de memoria): “incluso los ejércitos de mi imaginación sufrían derrotas”. En todos los terrenos hay clases; están los fantasiosos y están los imaginativos. De niño a mí me ocurría algo parecido. Adoraba el atletismo y no era malo del todo, pero siempre llegaba segundo a la línea de meta. Cuando imaginaba de noche la siguiente carrera, me representaba a mi mismo en cabeza, comenzaba a sacar más y más ventaja a mis perseguidores, mi victoria era segura y a pocos metros de la llegada, cuando ya oía los aplausos, de pronto no podía evitar imaginar que tropezaba y me caía. Quizás es que no quería ganar y quizás perdía por eso. Lo cierto es que hay mucha gente que asume hasta tal punto su derrota o su subalternidad que, incluso en su imaginación, liga con la chica o el chico feos de la fiesta, juega al fútbol en segunda división o se queda en empleado de banca. En un mundo brutal de fantasías frustradas, de fantasiosos contrariados (arribistas, ambiciosillos, narcisistas e impostores, por no hablar de los tiranos y los financieros) esta imaginación pedestre que mide la realidad y sus hechuras atisba ya otro mundo posible con menos cadáveres en las cunetas. Pero en un mundo de cuerdos fantasiosos y violentos los imaginativos se vuelven locos. Y están solos, como Alfredo, contándoles a un juguete, y no a un amigo, que han fracasado en una carrera que en realidad no han emprendido y que no querrían disputar. Si tenemos que definir la sociedad capitalista en términos humanos, diremos que es una sociedad compuesta de fantasiosos frustrados e imaginativos derrotados. Imaginativos del mundo, uníos. Puestos a imaginar, a veces imagino que encuentro de nuevo a Alfredo en la estación de la ciudad de un país decente y le está contando muy contento a un amigo tan imaginativo como él (y no a un juguete) que los imaginativos han fracasado: que de las fuentes no mana agua y miel sino agua para todos, que no se ha vencido a la muerte sino generalizado el acceso a la medicina, que los niños no son buenos pero van a la escuela, que los ciudadanos no son ni felices ni omnipotentes pero sí dueños de su destino. Y que la locura no ha desaparecido -ni tampoco la soledad- porque el amor, y el dolor, ganan siempre todas las carreras .Texto: Santiago A. Rico. Ver: Mayoría silenciosa

Importancia del dinero

La narrativa dominante dice que el dinero “engrasa” las ruedas del comercio. Se podría, desde luego, hacer funcionar la máquina comercial sin dinero, pero, sin duda, funciona mejor con el lubricante del dinero. 

Según esta narrativa, el dinero fue creado como un medio de intercambio: en vez de cambiar tu plátano por un pescado, ambos usuarios aceptan usar conchas de caracol como intermediario del acuerdo. Con el tiempo, la evolución del dinero incrementó la eficiencia seleccionando, sucesivamente, metales preciosos, en bruto, monedas acuñadas de metales preciosos, papel-moneda respaldado por metales preciosos y, finalmente, dinero fiduciario constituido por monedas metálicas de base, billetes de papel y entradas electrónicas.
Sin embargo, eso nunca ha cambiado la naturaleza del dinero, que era la de facilitar el comercio de bienes y servicios. Como proclamó Milton Friedman, a pesar de la complejidad de nuestra moderna economía, todos los procesos económicos importantes están contenidos en la sencilla economía, fundada en el trueque.
El dinero no sería sino un “velo” que obscurecería esa sencilla realidad; en el léxico convencional, el dinero puede ignorarse dada su “neutralidad”. (Para los versados en teoría económica académica, basta referirse al teorema Modigliani-Miller y a la hipótesis de los mercados eficientes, que probarían que las finanzas son irrelevantes.)
Sólo tendríamos que preocuparnos por el dinero cuando hay demasiado: la otra tesis famosa de Friedman es que “la inflación es siempre y en todo momento un fenómeno monetario”; demasiado dinero causa el incremento de los precios. De aquí la preocupación que suscita la actual política de Flexibilización Cuantitativa de la Fed, que ha cuadruplicado el “dinero Fed” (las reservas) y que debería estar provocando una inflación masiva.

Ver el dinero desde la perspectiva del intercambio resulta muy engañoso a la hora de entender el capitalismo.
En la historia de Robinson Crusoe, yo he obtenido un plátano y tú, un pescado. ¿Pero cómo los conseguimos? En el mundo real, los plátanos y los pescados han de producirse y esa producción debe ser financiada.
La producción comienza con el dinero necesario para la compra de los insumos, lo que crea ingreso monetario para comprar productos.
Como decía mi madre, “el dinero no crece en los árboles”. ¿Cómo consiguen el primer dinero los productores? ¿Tal vez vendiendo productos? Lógicamente, es un argumento de regreso infinito: un problema del huevo y la gallina. El primer dólar gastado (por el productor o por el consumidor) tiene que venir de algún sitio.
Hay otro problema. Aun si pudiéramos imaginar que la humanidad “recibió maná del cielo” para empezar a poner en marcha la economía monetaria –digamos, una dotación inicial de un millón de dólares—, ¿cómo explicamos los beneficios, los intereses y el crecimiento?
Si yo soy un productor que ha heredado 1.000 dólares y los he gastado en insumos, no me sentiré feliz si consigo con las ventas sólo 1.000 dólares. Quiero un rendimiento, tal vez de un 20% (con lo que obtendré 1.200 dólares). Si soy un prestamista de dinero, prestaré 1.000 dólares, pero también querré obtener 1.200 dólares. Y todos nosotros queremos un pastel cada vez más grande. ¿Cómo puedo hacer que ese millón inicial se doble o triplique?
Aquí es donde aparece el “éforo” de Schumpeter. Un éforo es “alguien que supervisa”, y Schumpeter aplicó el término a los banqueros. No necesitamos imaginar el dinero como una suerte de maná, sino que hemos de verlo más bien como la creación de poder de compra controlada por el banquero.
Un productor que desee contratar recursos presenta una propuesta a la consideración del banquero. Mientras el banquero analiza su comportamiento económico en el pasado, así como la riqueza ofrecida como garantía, lo más importante para él será la probabilidad de que las perspectivas de los proyectos sean superiores a las "garantías". Si es así, el éforo avanzará un préstamo.
Más técnicamente, el banquero acepta el pagaré del productor y realiza pagos a los suministradores de recursos (incluido el trabajo) mediante abonos en sus cuentas de depósito. El pagaré del productor es el activo del banquero; los depósitos del banco son su pasivo, pero son los activos de los tenedores del depósito (suministradores de recursos).
Así es como el dinero va a parar a la economía, no vía maná caído del cielo, ni desde los helícópteros de Milton Friedman que lanzan el dinero de los bancos centrales. 
Cuando los depositantes gastan (tal vez en bienes de consumo, tal vez para comprar insumos para sus propios procesos de producción), lo hacen con cargo a sus cuentas y se abona a las cuentas de los proveedores.
En nuestros días, el grueso del “dinero” consiste en entradas electrónicas a golpe de tecla en los balances de los bancos. Puesto que vivimos en un ambiente con muchos bancos, los pagos a menudo entrañan al menos dos bancos. Los bancos compensan las cuentas con cargos mutuos; o sirviéndose de depósitos en los bancos correspondientes. Sin embargo, la compensación neta entre los bancos se hace normalmente en los balances del banco central.
Como cualquier otro banquero, la Reserva Federal o el Banco de Inglaterra crean dinero a “golpe de teclado”. El dinero del banco central tiene la forma de reservas o billetes, creados para realizar pagos a clientes (bancos o tesoro nacional) o para hacer compras por su propia cuenta (títulos del tesoro o títulos respaldados por hipotecas).
La creación de dinero por los bancos y por el banco central está limitada por reglas generales como normas de suscripción, criterios de garantías o ratios de capital. Tras el abandono del patrón oro, no hay límites físicos a la creación de dinero. No hay límite físico ninguno para las entradas a golpe de tecla en los balances bancarios. Este reconocimiento es fundamental para las cuestiones que tienen que ver con las finanzas. También resulta aterrador.
Lo bueno del éforo schumpeteriano es que siempre se puede suministrar la financiación suficiente para emplear plenamente todos los recursos disponibles a fin de apoyar el desarrollo de capital de la economía. Podemos servirnos de los golpes de teclado para llegar al pleno empleo.
Lo malo del éforo schumpeteriano es que podemos crear más financiación que la que podemos usar razonablemente. Además, nuestros éforos podrían tomar malas decisiones sobre qué actividades deberían obtener el financiamiento a golpe de teclas.
Es difícil encontrar ejemplos de la creación excesiva de dinero en la financiación de usos productivos. Más bien, el principal problema es que buena parte de las finanzas se crean para alimentar burbujas de precios de los activos. Y eso vale tanto para las finanzas creadas por nuestros éforos de la banca privada como para nuestros éforos de los bancos centrales.
El mayor desafío al que hoy nos enfrentamos no es el de la falta de financiación, sino más bien la manera de impulsar la financiación para promover tanto los intereses privados como el interés público, a través del desarrollo de capital de nuestro país. TEXTO: RANDALL WRAY. Ver: Hª. del Banco M.

Las Repúblicas catalanas

Tres procesos de intento de proclamación de República Catalana se dieron a lo largo de la Historia, a saber: 
En el primer caso tenemos que situarnos dentro de las coordenadas del Antiguo Régimen, en un momento en el que Francia tendría una intervención decisiva en este asunto dentro de su enfrentamiento con España por la hegemonía europea. En el segundo caso, ya en tiempos contemporáneos, habría que acercarse a las complejas relaciones en el seno del republicanismo español, y al miedo a que el Ejército no apoyase el proyecto general republicano en España por su clara oposición al nacionalismo catalán. Por fin, el tercer caso se inscribe en el intenso conflicto político de la Revolución de Octubre de 1934, que en Cataluña adquirió un tinte distinto al de Asturias y el resto de España. 

En el contexto de la revuelta de los catalanes de 1640 en el seno de la Monarquía Hispánica, Pau Claris presentó a la Junta General de Brazos el 16 de febrero de 1641 un proyecto que pretendía que el Principado pasara a ser un Estado independiente, pero bajo la protección del rey de Francia, en una suerte de República típica de la época moderna, gobernada por una oligarquía. El proyecto fue aceptado por los Brazos y por el Consell de Cent pero encontró un obstáculo insalvable. El representante del rey de Francia, Du Plessis-Besançon, no era partidario de este paso porque no convenía a los intereses de su señor, el cardenal de Richelieu. De hecho, se ordenó la retirada las tropas francesas que ayudaban en la defensa de Barcelona frente a las tropas del rey Felipe IV. El cardenal buscaba la integración total de Cataluña en Francia. Claris y las instituciones catalanas tuvieron que renunciar a su proyecto y aceptar las condiciones francesas de integración. Se proclamó a Luis XIII como conde de Barcelona.
La República Catalana de 1931 fue un episodio histórico breve pero muy intenso en el momento de la proclamación de la Segunda República en España. La República Catalana fue proclamada por Francesc Macià, ver foto, el 14 de abril de 1931 en Barcelona, como un Estado integrado en una Confederación de pueblos ibéricos. Pero el Gobierno provisional, recién formado en Madrid, se opuso en ese mismo día a esta proclamación. Macià terminó por ceder y el día 17 de abril retiró la República Catalana, aunque como contrapartida consiguió que se creara un poder autónomo en la Generalitat a la espera de que se elaborase y se aprobase el Estatuto de Autonomía de Cataluña.
El tercer hito histórico se daría en los denominados Fets del Sis d’Octubre (Los hechos del Seis de Octubre) en 1934. En el contexto de la Revolución de Octubre de 1934, el presidente Lluís Companys proclamó el día 6 el Estado Catalán de la República Federal Española desde el Palacio de la Generalitat. Los acontecimientos se precipitaron porque la CEDA entró dos días antes en el gobierno de la República, fuerza que la izquierda y el nacionalismo catalán consideraban antirrepublicana y anticatalanista. Esta consideración venía enmarcada por el temor generado sobre la ocupación del poder por parte del nazismo y el auge de las soluciones autoritarias en el centro de Europa. El nacionalismo catalán interpretaba que Madrid podía frenar el autogobierno en plena confrontación a raíz de la Ley de Contratos de cultivo, aprobada en el Parlament y recurrida por el gobierno. Companys recibió importantes presiones del ala más radical de la Esquerra, sin olvidar la influencia que desde fuera podía ejercer la actitud del PSOE de plantear la huelga general, estallando la Revolución en Asturias. En el resto de España la conflictividad derivada de Octubre tuvo un marcado carácter obrero y social frente al caso de Barcelona, mucho más político y vinculado al nacionalismo por la abstención de la CNT. Curiosamente, el movimiento fuera de la capital catalana, es decir, en Girona, Lleida, Vilafranca del Penedès, Vilanova i la Geltrú, Granollers, etc.., sí tuvo, además del carácter político mencionado un mayor contenido social porque algunos elementos de la CNT llegaron a participar. Pero el movimiento obrero catalán, mayoritariamente anarcosindicalista, deseaba la revolución social no la política. Podía estar de acuerdo en combatir al gobierno de Madrid pero no iba a luchar a favor de la iniciativa política nacionalista catalana. La Revolución en Cataluña duró horas, mucho menos que en Asturias. El mismo día 6 la reacción del capitán general Batet fue decisiva para abortar el movimiento. Se negó a seguir las órdenes de Companys y reprimió sin contemplaciones los focos de resistencia en el CADCI, Ayuntamiento y Generalitat. Las consecuencias fueron la detención del Gobierno de la Generalitat, juzgado y condenado, la supresión del Estatut y de muchos Ayuntamientos. Texto: E. Montagut. Ver también: Regimen autocrático español

1 nov 2015

Política democrática, política anticapitalista

El inicio de la recuperación se da en un contexto social caracterizado a grandes rasgos por la pauperización de amplias capas de la población trabajadora y de las clases medias, un empeoramiento de sus condiciones de vida y sus derechos sociales y un aumento de las desigualdades sociales. Los de abajo salen en peores condiciones de las que entraron en la crisis y los de arriba, correlativamente, más fortalecidos y con mejores expectativas para aumentar la distancia que los separa con los de abajo.
Ese contexto es el resultado exitoso de las políticas de austeridad comenzadas por el anterior gobierno del PSOE y continuadas en un nivel superior por el actual del PP. Las de este último orientadas a operar una derrota histórica que facilite la instauración de un régimen posdemocrático y autoritario. Este es el rasgo más característico de la situación que vivimos porque va a determinar las condiciones de vida para la mayor parte de la población. Como se ha repetido en varias ocasiones, la derecha y el conjunto de las clases dominantes están rompiendo los puentes que les unían con el régimen del 78, útil todavía para asegurar la pasividad de los de abajo mientras que con sus políticas efectivas van desmontando la parte “social” de esta Constitución. Su retórica defensa[1] de la Constitución se centra en los dos valores que dan cuenta de su filiación con el régimen franquista: la monarquía, la “indisoluble unidad de la Nación española” y los instrumentos coercitivos instaurados para garantizarla, las Fuerzas Armadas comandadas por el rey que, en su calidad de tal, se puede arrogar la potestad de interpretar el riesgo de ruptura de la sacrosanta unidad.

Fisuras en el bloque dominante

En el seno de las clases dominantes, y ante la gravedad de la crisis del capitalismo español y la incapacidad del Estado para encontrar una salida que garantizara las condiciones para el mantenimiento de una tasa de acumulación y rentabilidad suficientes para el conjunto de las clases dominantes, se han abierto algunas fisuras que han animado a algunas partidos nacionalistas a intentar la vía soberanista. Son estas fisuras en el seno del bloque dominante uno de los factores más importantes de la crisis del régimen del 78 y, desde luego, de las que más preocupan a su fracción dirigente y a la propia corona. La entrada de toda la burguesía en la senda constitucional se hizo contra la garantía de que el régimen asegurara una gestión de los conflictos de clase acorde con las expectativas de ganancia y privilegio de las mismas. La defensa de la Constitución y de la unidad de España es así la opción de la alta burguesía “de Madrid”: la de las grandes constructoras hoy convertidas en empresas de servicios públicos, la de los grandes bancos salvados con el dinero de los contribuyentes, las de la energía y las telecomunicaciones que se sirven del Estado como su gestora particular, etc.

El PSOE acude a tapar las brechas del régimen

El mantenimiento de una Constitución previamente amputada de los elementos en los que se plasmó el pacto social capital/trabajo[2] tiene la ventaja de permitir a los actores de izquierda del régimen la conservación de un cierto rol aunque sea notablemente subalternizado. La opción de reforma de la Constitución no representa alternativa alguna a la senda definida por el Gobierno del PP. En vano se buscará en la propuesta del PSOE algún indicio que permita pensar en su intención de blindar o por lo menos robustecer la protección de los derechos sociales y los servicios públicos[3] o acentuando la condición democrática del ordenamiento jurídico y del Estado[4]. Todo su contenido está centrado en una solución federal para el problema “territorial” y en la sucesión dinástica de la corona. Se trata, por lo que parece, más de una ocurrencia para salvar la cara al PSC que de una verdadera propuesta de reforma del Estado que hubiera tenido ocasión de poner en marcha durante sus dilatadas estancias en el Gobierno. Es claro pues que el PSOE ha aceptado el modelo de de salida de la crisis que impulsa el PP y que no parece dispuesto a dar batalla alguna en ese terreno. Entre las opciones que tenía, parece que ha optado por fortalecer su condición de “partido dinástico” relegando para mejores épocas cualquier pretensión de mejora en la distribución de la renta y la riqueza. Es esta la base para que desde diversos sectores se haya recrudecido la campaña por un gran acuerdo nacional para hacer frente al “desafío soberanista”. Restablecer los mecanismos del turnismo que han caracterizado el funcionamiento político de las instituciones del régimen se ha convertido ahora en el gran reto nacional, a la vista de los vaticinios electorales que hablan de una notable fragmentación del mapa electoral. Asegurar la gobernabilidad y la estabilidad de las instituciones se ha convertido así en el más importante objetivo de la clase política del régimen

La estabilidad les va mal a los de abajo

Esa estabilidad no garantizará, sin embargo, la de los presupuestos familiares de la mayoría trabajadora, seriamente dañados por las políticas del gobierno. Una estabilidad institucional, entendida como mantenimiento del statu quo, vendría a sancionar el actual estado de la relación de fuerzas entre las clases, en perjuicio de las menos pudientes. Todo lo que se promete a esta mayoría de la población es que si se consolidan los buenos augurios para las empresas del Ibex 35 y con la ayuda de otra reforma laboral que deprima aún más los salarios y mejore por esta vía la competitividad del sector exportador, se pueden empezar a ver resultados en forma de creación de empleos, eso sí de menor calidad que los disfrutados en otros tiempos. Hay que recordar, además, que estas condiciones solo se darán si la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo se degrada tanto en beneficio del primero que la rentabilidad de las inversiones obtenida por la pura y simple explotación de la fuerza de trabajo orienta a las mismas hacia la actividad generadora de empleo en lugar de mantenerse en su localización financiera y especulativa[5]. Ayudada, también, por el debilitamiento de las organizaciones sindicales, muy afectadas por el descrédito de su vinculación con el régimen del 78 y por la corrupción extendida entre algunos de sus estructuras. Parece evidente entonces que la defensa de los intereses más inmediatos de la gente trabajadora y sus familias exige un enérgico cambio de rumbo en la conducción de los asuntos generales. Un cambio de rumbo que solo puede hacerse efectivo con un gobierno respaldado por una amplia mayoría social interesada en ese cambio de rumbo.

Un gobierno de ruptura democrática

No se puede dejar por más tiempo que sea el partido de la oligarquía el encargado de gestionar los recursos de los ciudadanos, so pena de asistir a la completa devastación del conjunto de instituciones y derechos que consagran los esfuerzos de generaciones de trabajadores. Rechazar el compromiso de gestionar estos recursos por “pulcritud revolucionaria” es dejar a los de abajo indefensos ante las ofensivas brutales de las clases dominantes. El recelo hacia las instituciones no puede ser excusa para la pasividad. La gente subalterna está obligada, cada día de sus vidas, a relacionarse con estas instituciones, alimentadas en su mayoría con el esfuerzo que les es expropiado. ¿Nos deberíamos negar a poder participar en la gestión de las pensiones públicas o del seguro de desempleo porque postulemos sistemas alternativos?; ¿qué recomendaremos a quienes precisan de estas prestaciones para sobrevivir, que esperen a la revolución y al socialismo? Hay que llegar (siquiera sea en forma delegada) al gobierno para torcer el rumbo que las oligarquías y sus partidos pretenden imponer a la historia colectiva. Y hay que hacerlo concierta urgencia. No es verdad que podamos esperar, son muchas y graves las alarmas que ya han saltado. Alarmas sobre derechos sociales, sobre la forma en la que la cotidianeidad naturaliza su ausencia ó su privación. Alarmas sobre la erosión de los derechos ciudadanos y las libertades, todos los días cercados y reducidos por la constante presión de las políticas/policía afirmando su absoluto dominio sobre la vida pública. Alarmas por la devastación del entorno natural, contemplado por gobiernos y minorías dominantes exclusivamente como fuente de obtención de ganancias. El capitalismo neoliberal está infligiendo una derrota que quiere definitiva a la democracia, incluso a la meramente representativa. La burla de la que esta ha sido objeto en los momentos álgidos de la crisis alienta un clima de desafección hacia ella entre los sectores populares, lo que siembra la posibilidades de alguna modalidad de fascismo. Los anticapitalistas estamos obligados a poner de manifiesto de forma permanente el carácter cada vez más irreconciliable de las relaciones entre democracia y capitalismo, de mostrar cómo la defensa de la democracia solo es posible, como ha dicho Boaventura dos Santos, desde una matriz anticapitalista. Se habla en estos días con frecuencia de abrir una “segunda transición”, que así sea, una transición a la democracia. Contando para ello con una disposición de sectores significativos (aunque todavía minoritarios) de las capas asalariadas para experimentar procesos de transición democráticos y objetivamente anticapitalistas. Debemos estar en condiciones de ponernos a la tarea de construir una herramienta útil para ayudar en esta transición. La construcción de un instrumento político para la ruptura democrática es la tarea más importante que tenemos por delante los anticapitalistas en los próximos años.

Condiciones para un gobierno de ruptura

Un instrumento político que debe tener una doble condición. La primera es que debe ser, de alguna manera, la “comunidad de los que luchan” ese ámbito en el que se puedan reconocer la multiplicidad de subjetividades que han emergido a la luchas sociales y ciudadanas en los últimos tiempos. La condición de “partido-comunidad” excluye cualquier tipo de confesionalidad ideológica ó de otro tipo.La segunda dimensión es la electoral. La importancia de lo que está en juego exige ser capaz de implicar las más amplias mayorías sociales, esas que aparecen así exclusivamente con ocasión de las contiendas electorales. Millones de ciudadanas piensan en política sólo el día las elecciones y entonces tiene derecho a algo más que las consabidas denuncias de la farsa electoral en las “democracias de mercado”. El partido de la ruptura democrática tiene que buscar hacer de cada comicio una ocasión “constituyente”. No es que se nos vaya a olvidar las cuestiones más urgentes que afectan a las condiciones de la gente de abajo; pero hay que enfocarlas a la necesidad de acabar con el régimen, de abrir la transición democrática, en la convicción de que la misma implica una connotación objetivamente anticapitalista. La continuidad del partido- comunidad es la mejor garantía para ir desarrollando una comunidad de ideas y sentimientos, de cultura anticapitalista, que recupere las funciones tradicionales de las contrasociedades obreras del pasado que tan importantes fueron en las ocasiones revolucionarias de nuestra historia (Asturias del 34, Barcelona del 36-37).En el momento actual son varias las iniciativas en marcha para ofrecer propuestas políticas comprometidas, en grados distintos, con la perspectiva de ruptura democrática y todas ellas merecen el máximo respeto de nuestra parte. Para serlo de forma efectiva debieran cumplir dos requisitos:
1) El primero sería afirmar sin ambages su vocación de ruptura democrática, su propósito de inaugurar un tiempo nuevo en el que las capas populares puedan participar en la resolución de los graves problemas que tiene planteados y que les afectan más que a nadie.
2) El segundo es comprometerse en un auténtico proceso de fundación de un nuevo sujeto político, distinto de los actores políticos actuales, tanto los parlamentarios como los extraparlamentarios. Este segundo requisito afecta especialmente a Izquierda Anticapitalista. Una etapa de nuestra construcción colectiva se ha cerrado con la Conferencia confederal y tenemos que extraer las consecuencias de este hecho. El tiempo histórico presente demanda de nosotros comprometernos en la tarea de contribuir a la construcción del nuevo sujeto político representante de las derechos y las aspiraciones populares para orientarlas en una perspectiva anticapitalista y ecosocialista. Pero para ello debemos ser conscientes que el nuevo sujeto debe representar, lo más fielmente posible, la emergencia de las nuevas subjetividades sociales emergidas en la lucha contra la dictadura de la Troika y el capital financiero. El pueblo protagonista del proceso constituyente ya ha hecho su aparición. Nuestra obligación es trabajar por la habilitación de los espacios públicos en los que pueda desarrollarse, proponer los materiales para el diseño de una gramática constituyente, señalar los horizontes para su despliegue. Hacer política, en suma, política democrática, política anticapitalista.

Sobre la viabilidad de la propuesta

No es difícil imaginar las objeciones a una propuesta como esta. La principal sería la relacionada con la desfavorable relación de fuerzas entre el campo de la oligarquía y el de los de abajo; o, para ser más concreto, entre el bloque social agrupado en torno a la defensa de la Constitución del 78 y su Estado y el de aquellos sectores, desde luego hoy minoritarios, que lo impugnan. Al respecto quiero señalar dos aspectos que me parecen de vital importancia para situar de forma correcta este debate. El primero tiene que ver con el ámbito de despliegue de la acción política que puede quedar después de completada la acción destituyente que lleva a cabo el gobierno del PP. No creo exagerado afirmar que dicho ámbito puede quedar- creo que ya lo está- sensiblemente mermado. De alguna manera y como resultado de la acción normativa y política desplegada por este gobierno y la tutela de la Troika, el campo de lo decidible ha quedado notablemente reducido y, en tal sentido, resulta hasta cierto punto irrelevante el contenido de las propuestas formuladas por las fuerzas políticas situadas en la izquierdo del sistema político. Es este estrechamiento del campo de juego, la limitación de la agenda política, lo que se viene operando desde la reforma del artículo 135º de la Constitución y al que de forma magnífica ha contestado el 15M y el resto de los movimientos surgidos en su estela. El segundo comentario que me suscita la objeción de la desfavorable relación de fuerzas, es que precisamente por eso hay que empezar ya el trabajo para modificarla. Y la primera forma de hacerlo es definir con precisión la naturaleza de la batalla, las posiciones a conquistar y los objetivos de la misma. Estamos, es verdad, en la fase de la “guerra de posiciones” pero el carácter sistémico de la crisis capitalista y los procesos de descomposición de las sociedades contemporáneas, unidos a otros factores de inestabilidad antes desconocidos[6]dificultan el asentimiento pasivo de estas sociedades, permiten pensar en la súbita emergencia de acontecimientos que hagan posible el súbito paso a la “guerra de movimientos”, en formas que resulta difícil imaginar. Proclamar la necesidad de la ruptura democrática, del proceso constituyente, es definir el carácter de la batalla y sus objetivos, las posiciones a conquistar y las tropas necesarias para conquistarlas.La oligarquía y su principal partido han definido el campo de juego en el que se va a desenvolver a partir de ahora el conflicto que constituye la entraña de la vida en sociedad, la verdadera constitución de la sociedad española, y el juego que nos queda a los de abajo es extraordinariamente adverso. Nada volverá a ser como antes, las condiciones que hicieron posible los derechos concedidos, el diálogo social y las políticas redistributivas (por tímidas que fuesen) se han ido y no van a volver. El reformismo posible tendrá que desenvolverse en un espacio angosto y sus conquistas siempre podrán ser objeto de denuncia. El capitalismo de nuestros días tiene un margen de ganancia reducido en las condiciones de los Estados sociales del bienestar y, amortizados los últimos factores de productividad, está obligado a volverse a los “buenos y viejos métodos” de obtención de la plusvalía absoluta mediante un enérgico proceso de disciplina de la población que puede arrastrar los derechos y libertades más significativos. En estas condiciones las opciones autodenominadas “realistas” son falsas opciones. En este auténtico cambio de época, no habrá lugar para los procesos de acumulación de fuerzas si previamente no se ha puesto el conjunto de los aparatos del Estado a disposición de la construcción del nuevo bloque histórico, algunos procesos latinoamericanos lo están evidenciando. Hay que ganar los gobiernos, pero ganarlos para una ruptura democrática con el actual régimen de la oligarquía y su Constitución que ha expulsado los escasos elementos “sociales” que tenía y se ha replegado sobre aquellos otros que dan cuenta de su herencia oligárquica y franquista. Texto: José Errejón. Recomendado: CRISIS DEL CAPITALISMO

[1] Una defensa limitada a una interpretación reaccionaria del artículo 2º pero que se olvida con frecuencia del propio artículo 1º que proclama que la soberanía reside en el pueblo español, del que emanan todos los poderes del Estado
[2] Haciendo innecesaria el cambio formal de constitución
[3] Constitucionalizando, por ejemplo, el derecho al agua como derecho fundamental
[4] Acabando con la ignominiosa tutela de las Fuerzas Armadas sobre el poder civil
[5] Está creciendo aunque todavía débilmente la inversión en bienes de equipo, estimulada por cierto por las ayudas del PIVE y las presiones d ela DGT para cambiar los coches de más de 10 años. Pero lo que que crece de verdad es la inversión en bienes inmuebles, por las masivas compras por los “fondos buitres” de viviendas abaratadas procedentes de los balances de bancos y cajas de ahorro
[6] Como los fenómenos de las migraciones de masas y el cambio climático que lo intensifica y lo acelera

La economía del fraude

¿Cómo puede ser inocente un fraude? En su libro 'La economía del fraude inocente', el economista John Kenneth Galbraith aclara el misterio. La idea de fraude inocente nos remite a una serie de análisis y supuestos equivocados que han sido adoptados por los economistas convencionales, es decir, los que sirven a los poderes establecidos. Esos análisis se han erigido en mitos y causan daños incalculables.

La presunción de inocencia proviene de una doble crítica a dichos economistas. Para Galbraith, esos economistas convencionales no sólo están equivocados, sino que son demasiado torpes para darse cuenta de sus errores. Es decir, pueden perpetrar el fraude pero son incapaces de entender lo que están haciendo. Y si por acaso alguno de estos economistas oficiales aclara que sí entiende lo que está haciendo, entonces la presunción de inocencia se remplaza por una acusación de alevosía, premeditación y ventaja.
Entre los fraudes inocentes que cultivan los economistas convencionales se encuentra el uso del término sistema de mercado para referirse al capitalismo. Galbraith sabía muy bien que estos dos términos no son sinónimos y que el origen del capitalismo se basa en una profunda distorsión del funcionamiento de los mercados. No sólo impera en el capitalismo una forma de circulación monetaria que nada tiene que ver con la circulación de mercancías en el mercado, sino que en el capitalismo el trabajo y la naturaleza se convierten en mercancías. El mercado es la tierra en la que crece el capitalismo como una maleza que todo lo invade. Al contrario de lo que se piensa comúnmente, el capitalismo acaba por destruir el mercado.
El libro de Galbraith identifica otros ejemplos de fraude inocente perpetrados por economistas oficiales. Uno muy importante es la distinción entre sector privado y sector público. En realidad, nos dice Galbraith, los intereses de las grandes corporaciones son ahora la prioridad para los planes y políticas de los gobiernos. Tiene razón y si hubiera podido continuar con su análisis (el libro se publicó cuando tenía 94 años) hubiera señalado que a nivel de la política macroeconómica, los ministerios del tesoro y hacienda, así como los bancos centrales, han subordinado las prioridades de la política fiscal y monetaria a los dictados del capital financiero. La pretendida ‘autonomía’ del banco central es otro fraude inocente. En la política económica es difícil distinguir dónde termina el sector público y dónde comienza el sector privado.
Quizás el mejor ejemplo de fraude inocente en política económica es la idea de que el banco central es capaz de controlar la oferta monetaria en una economía. Éste ha sido uno de los mitos más acendrados en la teoría y en la práctica económica y tuvo un segundo aire cuando Milton Friedman revivió las tesis tradicionales de la teoría monetaria. Es bien sabido que para los monetaristas el gobierno siempre debe mantener un balance fiscal y si es necesario, debe intervenir en la economía sólo a través de la política monetaria. Inicialmente y con el fin de controlar la inflación, eso significaba mantener la oferta monetaria creciendo de manera gradual al ritmo de la actividad económica. Se suponía que esa debía ser la regla de oro del banco central. Irónicamente, el problema para los monetaristas es que nunca supieron encontrar la medida adecuada de la masa monetaria para su planteamiento de política económica. Así, no sorprende que en Estados Unidos la Reserva federal nunca hubiera sido capaz de encontrar la forma de controlar las medidas de masa monetaria con las que estuvo experimentando durante casi treinta años.
Ahora sabemos que Paul Volcker fue el último director de la Reserva federal que intentó controlar de manera directa la oferta monetaria. Después de varios años intentando dominar la oferta monetaria, en 1986 la Fed, todavía bajo la tutela de Volcker, abandonó la lucha y aceptó lo que los banqueros ya sabían: que la oferta monetaria la determinan los bancos comerciales privados.
La política monetaria sufrió un cambio radical. Se transformó en una política que utiliza tasas de interés como instrumento principal en lugar de buscar controlar la oferta monetaria. La cantidad de moneda en circulación dejó de ser la variable clave para tratar el tema de la inflación y en su lugar se prefirió hablar de ‘expectativas inflacionarias’. El trabajo de Lucas vino a rematar las cosas: el gobierno no debe intervenir jamás en la vida económica porque los agentes son capaces de prever el efecto de dicha intervención y pueden cancelarlo con sus propias acciones. Es la ‘teoría económica’ que aprendieron los tecnócratas mexicanos en su visita a las universidades estadunidenses en la década de los años setenta. El fraude inocente nos hace recordar a Fedro en los Diálogos: la credibilidad de alguien que cometió un fraude vergonzoso nunca será restaurada, aunque diga la verdad. De todos modos, los economistas del sistema nunca dirán la verdad. Texto: Alejandro Nadal. Ver: La ley de la oligarquía