13 sept 2014

Apadrina un valenciano. Requiem por un Botín español

Lo recuerdo perfectamente, como no iba a ser así si todo sucedió hace tan pocos días…Estaba yo hurgando en las llamadas redes sociales con la computadora familiar y de repente el sobresalto: ’Españoles, Botín ha muerto’.


No lo podía creer, hacía tan solo unas semanas que habíamos estado departiendo con un grupo de amigos, y así tan de repente…el alma se me encogió y el corazón se arrebujó en un puño, en el izquierdo en concreto, pues con el derecho sostenía el animalillo ese llamado ratón con el que operaba la televisión del portátil. Siempre se van los mejores musité para mis adentros. Seguía incrédulo así que recurrí a la prensa seria para ver que decían del hecho biológico; todos los titulares coincidían. Emilio Botín, presidente del Banco Santander había dejado de habitar entre los mortales. Ya no había duda. Salí apresurado del despacho, dejé el ordenador encendido, a comunicar la noticia a mi familia; al llegar al pasillo me detuve; ¿a quien le lo iba a decir? Vivo solo, soy viudo y la hija de mi segunda esposa, ahora ex esposa, se había independizado del entorno familiar, ya era mayor, iba a cumplir los 50 años en Octubre viniente, y había emigrado a los USA, a California exactamente, al llamado valle del silicio ese o como se diga. Mi querido amigo Emilio le había hecho el favor de colocarla en aquellos parajes del lejano oeste, ‘hemos movido hilos, ¿sabes?’ decía satisfecho, porque Emilio cuando te hacía un favor lo predicaba en plural, como quitándose importancia. Isabelita, la independizada, como le llamábamos en familia, hablaba varios idiomas, era ingeniero informático y tenía en su haber varios masteres, ‘no será difícil buscarle algo, tranquilo’, me recitaba Emilio, y en efecto allí estaba ella en San Antonio, Texas, condado de Bexar, USA.  Le había conseguido una licencia para montar un puestecito de hamburguesas y ‘jot dos’, como decía mi amigo del alma, al que nunca se le dieron bien los idiomas. ‘Hay que empezar desde abajo, ¿sabes?, desde abajo, fíjate en mi hija Paloma que la tengo a la pobrecita en Londres mas sola que la una’. Yo asentía entre triste y burlón, pero callaba, a fin de cuentas un favor es un favor y Emilio, el presidente del Santander solo se lo hacía a los íntimos, a los muy amigos, ‘los otros que se busquen la vida, ¿no se dice ahora así?’ Lo contertulios asentíamos indiferentes a la cháchara del banquero; había ocasiones en las que le reíamos la gracia…’y mas adelante ya veremos, quien sabe, tal vez abra una franquicia de comida rápida que eso allí -se refería a los USA-  tiene mucho futuro’. Porque Don Emilio era amigo de sus amigos y yo me contaba entre ellos, entre ese selecto grupo de íntimos que podíamos telefonearle al despacho a la hora que quisiéramos y para lo que nos viniese en gana; ‘ya os atenderán las secretarias y me pasarán recado’. Y así era la cosa. Porque Don Emilio no siempre fue Don Emilio. Antes había sido Emilio, a secas. Les contaré la historia, algo que nunca he hecho, pero que en estos momentos de tristeza y sinceridad ante el que se ha ido…bueno al grano. Un buen día, y sabedor de la afición al cinematógrafo que profesaba el banquero decidí llevarle un regalo, creo que era por Navidad, no me hagan mucho caso; le había comprado la trilogía, porque eran tres los vídeos, de ‘El Padrino Épico’, versión extendida y cronológica del excelente film de Coppola. ’Pero, ¿es del oeste?, porque ya sabes que a mi las que me gustan son las del oeste’. No Emilio, no, pero la trama, el argumento, tiene algo de similar con algunas de esas que a ti tanto te gustan. Y vaya que debió de gustarle; ni se la de veces que la vió. Y dado que el patriarca de la familia Corleone, Vito, era siempre, o casi, llamado con la partícula ‘DON’ antepuesta… Don Vito por aquí, Don Vito por allá…pues eso, decidió que fuera de los círculos de intimidad y camaradería se le llamaría, en adelante: DON EMILIO. Pero si algo caracterizaba al bonachón de D. Emilio era su profunda convicción religiosa; hombre de fe y de misa y comunión casi diaria tenía como libros de cabecera un ejemplar de El Quijote y una pequeña Biblia, ambos tomillos siempre sobre su mesita de noche. De la Biblia doy fe que la ojeaba de tarde en tarde, de El Quitote no lo tengo tan claro pues siempre que atisbé el volumen, de lejos, sobre la mesilla de noche y si tenía abierta la puerta del dormitorio, lo veía de lejos y noté que conservaba inmaculadas las cubiertas de plástico-celofán que traía de imprenta. La Biblia si la citaba, si, vaya que la citaba, en especial aquellos pasajes referentes a los denarios, el interés simple, el interés compuesto, la expulsión del Templo por parte del Hijo de Dios…este último era su favorito: De cuando Cristo echa del templo a los mercaderes por impago de tres cuotas consecutivas del adeudo contraído. ‘¿Lo ves?, bien clarito que lo dice el Sagrado Libro: Si Cristo los desahucia por impago de tres letras y así lo sanciona el cielo, como no puedo hacer yo lo mismo en la Tierra si así lo dice la ley de los hombres? Además, quien les mandaba firmar la hipoteca si sabían que antes o después andarían ayunos de recursos? Y el notario: ¿no les advirtió de que llegado el caso de impago de tres letritas se irían a la puta calle? Si hasta la Iglesia de Roma lo aprueba!’ Y enrojecía llegando este punto hasta que su rostro adquiría esos enrojecidos colores Santander-Ferrari tan conocidos en todo el orbe cristiano. Pero si algo entusiasmaba a Don Emilio eran los deportes de riesgo y los viajes. Seré somero en la descripción de ambos. En lo tocante a los deportes… que les puedo narrar que no conozcan: esas partidas de mus, de ajedrez…esos paseos en bici ora con Fernando -Alonso-, ora con los grandes del ciclismo patrio….y en especial la Formula Uno, ahí si que se explayaba y perdía, no siempre, la compostura, con vestimenta informal, sin corbata, despeinado, reinando en los padocs y pinleins de los grandes circuitos de Europa, era el Rey…bueno no siempre, porque allí estaba haciéndole sombra ‘el enano ese, ¡lo has visto?, ya viene pacá a saludarme’. Se refería al otro, al inglés, al de los pelos blancos en guerrilla sobre el cráneo, que siempre ostentaba de suculentas mujeres en sus paseares…claro que Emilio no envidiaba a las hembras acompañantes, yo siempre supuse que lo que le indignaba eran los pelos de la cabeza, de los que adolecía el banquero, pues siempre decía -por lo bajini- cuando se saludaban: ‘Te voy a enseñar lo que vale un peine’. Y hay cuando daban comienzo las carreras, cuando se encendían las bombillitas de colores y todo era humo y ruido; había que ver al Sr. Botín abrazado a las barandillas metálicas del primer piso del palco VIP, mas VIP que jamás veré en la vida, temeroso de que un sobresalto lo echara a rodar por tierra y los mass media lo sacasen al día siguiente en las portadas de las revistas del corazón, ‘¿Has visto como corren?’, clamaba, ‘seguro que van a mas de ciento por hora, que no?’ Los íntimos asentíamos entre risitas entrecortadas. Y que decir de sus viajes, su otra pasión. Raro era el finde que no tenía preparado el jet a propulsión a chorro privado; que viajes…bien los recuerdo: Andorra, Suiza, Irlanda, Islas del Canal, de Jersey, Lichtenstein, Gibraltar… Y si el finde era largo, el llamado puente: Panamá, Caymán, Bahamas, Belice…Yo le insistía: Pero Emilio, ¿porque has de llevar tu las bolsas de basura negras esas tan grandes si te las puede echar al contenedor la criada filipina? ‘No me fío, amigo, no me fío, clamaba’. Lo dicho, siempre se van los mejores. Adiós amigo, España entera rezará por ti. Texto: @javierginer Ver también: 'El empresariado español'.
P. D.: Estas líneas van dedicadas a todos los millones de españoles que cada vez que fenece un compatriota de postín aseguran haber sido amigos, íntimos, vecinos, haber tomado copas con él, cenas y comidas, haber compartido excursiones, viajes, amoríos, hoteles y hasta señoras 'alegrías'. 


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